No puedo hacer ninguna valoración de los hechos. No hay datos suficientes sobre la manada de Manresa, el grupo de amigos acusado de violar a una niña de 14 años, rozando la edad que el código penal establece como mínima para aceptar el consentimiento sexual de un menor. El público no ha generado ningún debate sobre esta circunstancia, bastante jugosa para hacer conjeturas desde un plató.
Es un enigma, ni siquiera conozco sus caras, si los identificaron por los tatuajes o comparten un grupo de WhatsApp donde trafican imágenes de cualquier tipo. Lo sospecho, claro, es habitual. No hace falta saber qué nombre le dieron a su callejón virtual porque el periodismo halló el genérico para estos casos, muy populares desde julio de 2016. La etiqueta se repite sin coger velocidad de escándalo. Los comentarios que intercambian los imagino, entre amigos es natural escribir ciertas licencias, pero tampoco transcendieron.
No había ningún enviado especial en el lugar del crimen recogiendo muestras que engordaran el clickbait. En la cuenta de resultados de los medios no habrá que marcar la muesca de Manresa, señalar la altura de las aguas del tráfico, la publicidad, la alegría de los jefes. No es posible conocer la rentabilidad de estos acusados. Se ha respetado el sumario del caso con una frialdad exquisita, dándole el espacio suficiente a los jueces para hacer su trabajo.
Disfrutan de un entorno envidiable, sin conjeturas, inexistente la presión social. Tampoco se conoce nada sobre quiénes juzgan, si es un juez o varios magistrados, si sufren algún tipo de problema mental que les impida ejercer su cargo. Si pueden argumentar con lucidez, interpretar los hechos según la ley. Aplican el código penal sin interferencias, sin que nadie les avise sobre si deben o no dar su opinión.
La manada de Manresa mantiene la presunción de inocencia intacta, propia de una relación con la justicia aséptica, homologada. La división de poderes está inédita aquí. No hay políticos, activistas, comentaristas, tertulianos, editoriales, presentadores alrededor del caso, y se agradece. Parece como si la gran maquinaria interpretativa que posee España estuviera cerrada por vacaciones. Basta un movimiento para poner a funcionar la coreografía de erudición que arrastra a la sociedad hacia el tema del momento pero, por suerte, no se hizo.
Desde luego, no sé sabe qué hicieron exactamente, cómo actuaron, qué recorrido siguieron hasta cometer, supuestamente, el crimen; si hubo, por ejemplo, beso negro. No se conoce el nombre de la menor, o su vida tras vivir, supuestamente, ese trance terrible. Para conocer los hechos concretos de la manada de Manresa hay que ser, por lo menos, el fiscal.
España es un país distinto en poco tiempo: sólo el tío de la presunta violada gritaba a los pocos medios de comunicación congregados a la salida del juicio. Parecía un loco anunciando el apocalipsis. El speaker corner del desesperado. “No fue abuso, fue violación”, tenía escrito en un papel, como si el lema nos sonara de algo. Cualquier democracia decente habría reaccionado igual: la noticia estaba en el intento de agresión a los acusados y no en la posibilidad de que fuesen declarados culpables. No se pueden permitir ese tipo de comportamientos en las puertas de un juzgado.