España es una unidad de sobaco en lo universal. Fracasada la investidura, muerto el quincemayismo, queda un verano de axilas frondosas y fragantes, como el Tajo de Garcilaso en soledad con sus musas. La izquierda como concepto en España se ha ido hasta mejor momento, y duelen como un enero de hielos los carabancheles de Marcelino y los infartos de Anguita.
El sobaco peludo de Irene Montero ya guía lo poco que queda de aquellos ilusos que acamparon en la Puerta del Sol y bajaban a casa materna a por la sopa boba. Tanta serie y tanta leche para que después un gobierno frentepopulista acabe castrado por un Echenique que paga en b y una Carmen Calvo que castra todo lo que se le pone por delante: empezando por el idioma.
El día del no, Magnífico Margarito y yo brindábamos -o no- con manzanilla en la Latina, a la sombra de un cartel de Paula y Curro. Yo me acordé de que Paula se casa y Margarito, comprobando portadas y twitter, me dijo que hay que ser Don Juan en el cortejo, el Cid en el sentimiento y un diputado del PNV a la hora de pasar el cazo.
El día del no pasaron cosas, como que mi gastroenteritis derivó en estreñimiento por esas cosas de la España polarizada que mi estómago somatiza. Hacía un calor africano que nos decía que lo mejor que nos podía pasar es eso, mantenernos en funciones y, mientras vayan cayendo frailes, ir poniendo barandillas.
Yo sigo pensando en la España del sobaco peludo y femenino, por donde se censura todo el Renacimiento y los afeites y perfumes que nos dieron los tratados de Urbanidad. La izquierda ya no puede pedir nada -la socialdemocracia es la tranquilidad de que no ahoguen al rico, explica Margarito- y entonces el zurderío se nos vuelve sobaquero, indigenista, vegano, carmencalvista y otras cursilerías por el estilo.
Sánchez es todo lo más que da un bañador Turbo prensado y que peina canas, y decir que él junto a Redondo (Iván) han reverdecido a Maquiavelo es un lugar común de articulista de provincias. Lo que pasa es que en el vacío de Sánchez, en su oquedad machadiana, cabe todo. Incluso la contraria.
Yo a mis hijos les hablaré de la interinidad, de Carmen Calvo reaparecida con un clavel/rosa en sus vestidos que suena a expiación freudiana de haber hecho lo mínimo y acabar a uñas con Echenique, jotero tierno en el fondo, como Labordeta en los renuncios. También les contaré que Sánchez no perdona unas vacaciones y que en París pasaron de los 40° y que el Tour lo ganó un colombiano por esas cosas de la nieve, la altitud, y el Hombre frente a Pachamama.
Cuando llegue septiembre, aquí estaremos. Contándonos las pulgas y la revolución pendiente. Y los sobacos frondosos, de vuelta viral al primate.