Si usted, lector, está en desacuerdo con la decisión de exhumar a Franco, tranquilícese: no tiene por qué ser necesariamente un fascista.
Hay argumentos para oponerse a sacar los restos del Caudillo del Valle de los Caídos. Hacerlo puede contribuir a reabrir heridas, distrae la atención de los problemas reales del país, rearma a quienes tratan de deslegitimar la democracia española con la tesis de que la Transición fue un fraude, da oxígeno a una ley de memoria histórica sesgada... Creo que todas esas objeciones y otras que podrían apuntarse se diluyen ante el anacronismo que supone honrar la memoria de un dictador en un monumento que pertenece a Patrimonio Nacional.
Pero insisto. Si usted piensa de otro modo, no es necesariamente un facha ni un desalmado que disfruta con el dolor de las víctimas del franquismo, por más que haya una presión ambiental enorme para señalarle como a un apestado.
En un reciente ensayo titulado La transformación de la mente moderna, dos neoyorkinos, un psicólogo social y un abogado especializado en libertad de expresión, explican muy bien el proceso de deshumanización del oponente en función de la ideología dominante. No es un fenómeno nuevo, pero se ha vuelto mucho más feroz por la fuerza de los medios de comunicación y la potencia adquirida por las redes sociales.
Haidt y Lukianoff sostienen que se ha instalado una "cultura de la acusación pública" que premia a quien identifica y denuncia al discrepante, al que se aparta de unas determinadas opiniones que se tienen por verdades incontrovertibles. De ahí la contradicción de que en las sociedades abiertas cada vez haya menos temas de los que se pueda debatir con libertad. Y de ahí también que nunca haya existido tanta autocensura.
Los autores defienden la existencia de un "dualismo patológico" del que los humanos somos víctimas por una cuestión de "herencia evolutiva", que consiste en ver la vida como una batalla entre las buenas personas (nosotros) y las malvadas (los otros). Estamos predispuestos, dicen, al tribalismo, al combate entre ellos y nosotros.
Por eso disculpo a Ferreras (conste que si lo he traído otras veces a colación es porque me declaro fan suyo) cuando acusa a PP y Cs de "ponerse de perfil" y alinearse con "la ultraderecha" en el asunto de la exhumación de Franco. Y hacerlo, sin pestañear, un segundo después de reproducir unas manifestaciones de Lorena Roldán en las que afirma que su partido "coincide plenamente con la decisión", que en una democracia "no caben los homenajes a las dictaduras" y que únicamente reprocha a Sánchez el rédito político que pretende obtener del caso.
A mí tampoco me gusta el selfie con Franco que Sánchez ha exhibido en la ONU. Y a quienes se empeñan en reducir la Guerra Civil y el franquismo a un maniqueísmo simplista y cateto de buenos y malos, habrá que recordarles que España vivió tiempos sombríos en los que, como denunció Chaves Nogales en el exilio, no había quien defendiera la causa de la libertad. Libertad, ay: cuántos inquisidores te invocan hoy.