Me desayuno el día del sorteo de Navidad con la noticia de que tendremos gobierno antes de Reyes, el peor gobierno posible. No hay que esforzarse mucho para que surjan las metáforas. A los españoles nos ha tocado el Gordo, el gordo Junqueras; con un efecto tan abaratador que resulta punitivo. Ni siquiera equivale a la pedrea, sino que es un apedreamiento. Hemos sido tan malos que los Reyes no esperarán a su noche para dejarnos el carbón. Nos lo dejarán antes. Y con ese carbón seremos apedreados. Un apedreamiento merecido.
Últimamente aflora un orgullito absurdo, muy rebelión de las masas, cuando se les dice a los españoles que votan mal. Pero lo cierto es que en las últimas elecciones votamos fatal; incluido yo, que no voté. Cuando aparece un sujeto como Sánchez, un cuerpo electoral mínimamente sano debería haber tenido su expulsión como prioridad absoluta. La corresponsabilidad de unos rivales de tan poca talla y con tantos errores como Casado o Rivera, más la irredimible sombra de Vox, no ha de enturbiar el juicio. Quizá estemos excusados, pero somos imperdonables.
Sánchez es un cínico sin principios que solo ambiciona el poder, a cualquier precio. En mis rachas neosanchistas, yo fantaseaba con esa falta de escrúpulos puesta al servicio del bien: por carecer de principios, cabía la posibilidad de que Sánchez actuara en favor de los buenos. Naturalmente, si se le obligaba. Por eso defendí el apoyo (con severas condiciones) de Rivera. Pero los números no han dado esta vez y estamos vendidos. El que se haya afianzado "la banda de Sánchez" de que hablaba Rivera no le quita culpa a este, puesto que su omisión la ha promovido. En un reparto de culpabilidades en el que, naturalmente, el culpable principalísimo es Sánchez. Junto a ese partido patético que es ya el PSOE.
En la insistencia obscena de que, si no lo apoyaban (¡gratis!) los constitucionalistas, tendría que echarse en brazos de los anticonstitucionalistas, me he acordado de don Antonio Machado, al que tanto se adoró en el PSOE de otros tiempos: "Entre el hacer las cosas bien y el hacerlas mal está el no hacerlas". No ha habido en nuestra política un político más antimachadiano que Sánchez, al que le da igual hacer las cosas bien o mal, con tal de que las haga Sánchez, en beneficio de Sánchez.
Ahora, como los Estados Unidos de Trump o el Brasil de Bolsonaro, España dependerá de la fortaleza (y la resistencia) de sus instituciones democráticas. Esas que quieren menoscabar o destruir los socios de Sánchez. La última esperanza –no del todo descabellada– es que Sánchez los traicione también a ellos.