“Sobre la situación política, aunque mejor sería decir sobre toda la transición política, planeaba un fantasma cuya sola aparición descoyuntaba los proyectos: el Ejército. (…) Con él no se podía ir a ninguna parte, porque Franco lo había hecho tan poderoso como un elefante. No había que agredirle, porque, rabioso, cabía que se desmandara, y había que dejarle en sus reservas naturales, sin recortarlas ni ampliarlas. Sencillamente nadie debía olvidarle, porque al fin y al cabo era el auténtico rey de la selva. Sin él, la operación podía transformarse en cacería”. (Morán, G.; Adolfo Suárez: Ambición y Destino; 2009; p. 112; Editorial Debate).
Se cambia en esa cita “Franco” por “Chávez” y el cuadro es el mismo que vive Venezuela actualmente. Ninguna vía para activar la transición será viable sin la participación del mundo militar. El cese de la usurpación, el gobierno de transición y las elecciones libres, en el orden que sea, no vendrán sin la anuencia de los cuarteles. Es lo que hay.
Juan Guaidó parece haberlo entendido. Entrevistado por El País, aseguró que 2019 no fue el año de la transición democrática venezolana porque “faltó el factor de la Fuerza Armada”. No fue por no intentarlo. Miles han sido los llamamientos de la coalición opositora a los militares y a quien ejerce de amalgama entre los distintos liderazgos castrenses, el ministro de la Defensa del régimen, Vladimir Padrino López.
Varias fueron también las manifestaciones dirigidas hacia los principales cuarteles del país y varios los mensajes públicos a quienes comandan las tropas. Fuera de las cámaras, los contactos han sido constantes, pero no han logrado fructificar. Al elefante hay que garantizarle que no se le olvidará, que se le respetarán sus reservas naturales, sin recortárselas aunque no se les amplíen.
Lo más cerca que estuvo Guaidó de coronar el esfuerzo de acercarse a la Fuerza Armada fue el 30 de abril, el día del levantamiento militar fallido. Ese día, contaba con el apoyo fundamental de dos generales. Uno fructificó. Manuel Cristopher Figuera, jefe de los servicios de Inteligencia del régimen, cumplió su parte y se le volteó a la dictadura. El otro, el mismísimo Padrino, apagó el teléfono. Su excusa: estaba viendo Los Vengadores en el cine. Como lo leen. Eso fue lo que mandó a decirle a sus co-conspiradores, pero la realidad es que la trama había sido descubierta y decidió acuartelarse con sus cotufas. Cualquier cosa antes de perder el poder.
Fue Padrino quien, en un raro picor democrático, reconoció en 2015 la victoria opositora en las elecciones
Vladimir Padrino López es el ministro de la Defensa. Su poder viene desde la época de Hugo Chávez, quien antes de morir lo nombró jefe del Comando Estratégico de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (CEOFANB). Es un ave rara.
Maduro, que se vendió como el hijo de Chávez para encabezar el movimiento tras la muerte del caudillo, se apresuró a descabezar a los otros potentados del chavismo. Rafael Ramírez, que era amo y señor del grifo petrolero, ahora es prófugo de la actual Administración. Así ocurrió con el gabinete económico.
Con quien no pudo fue con Diosdado Cabello, a quien trató de empequeñecer dándole rienda suelta a Tarek El Aissami. Hoy ambos son perseguidos internacionalmente por corrupción y conexiones con el narcotráfico, pero Cabello sigue fuerte. Ni Chávez ni Maduro pudieron con él. Como dicen en Venezuela, tiene la habilidad de resbalarse en lo seco y pararse en lo mojado. Igual que Padrino.
Comenzando su administración, Maduro se entregó a Padrino. El sustituto de Chávez necesitaba urgentemente el apoyo militar, tanto para que Cabello lo tuviera como para sostenerse en el poder, que es lo mismo. Lo nombró ministro de la Defensa, y seguramente se ha arrepentido desde entonces.
Fue Padrino López quien, en un raro picor democrático, se negó la noche del 6 de diciembre de 2015 a las pretensiones de Cabello de no reconocer la victoria opositora en las elecciones parlamentarias. Hasta ese momento, el todavía ministro del régimen cuidaba las formas.
Si Guaidó quiere una transición en el 2020, deberá entenderse con Vladimir Padrino, ministro de Defensa
Pero luego Padrino consiguió padrino, y no cualquier padrino. Formado en familia comunista, de esas que veían como ideal a la Unión Soviética, el general encontró protección en Moscú. Mientras Maduro se confiaba en sus nexos con La Habana, El Aissami tiraba de lazos históricos para aliarse con lo más extremista del mundo islámico y Cabello se atrincheraba en Caracas con sus narco-generales, Vladimir aplicó su pragmatismo militar para convertirse en el hombre del dueño del circo: su tocayo Putin.
Aunque su familia vive la gran vida en Madrid, Padrino ha puesto su futuro a buen resguardo en Moscú mientras resiste los sordos embates del resto de la cúpula chavista para desplazarlo del poder de donde no está dispuesto a irse. Por eso, ve con buenos ojos alcanzar nuevos acuerdos, con quien sea, à la Putin.
Le ha hecho de escudero en estas maniobras Maikel Moreno, presidente del Tribunal Supremo de Justicia del régimen y representante del chavismo empresarial, el de personajes como Raúl Gorrín. Padrino busca la tercera pieza del triunvirato con el cual visualiza la regularización de la vida venezolana. Prefiere que esa trinidad sea con un civil opositor, pero no es indispensable esa cualidad.
El primer considerado para tal rol fue Guaidó, como vimos el 30 de abril, pero fue descartado porque el equipo que lo rodea no es del agrado de los cuarteles. El segundo fue Humberto Calderón, dirigente opositor con gran experiencia en el mundo de los negocios petroleros, trama que fue filtrada al diario ABC. En el momento de la conspiración, era embajador en Colombia del gobierno de Guaidó, razón por la que fue destituido.
En fin, que si Guaidó y el grupo de partidos políticos que lo acompañan quieren una transición en el 2020, deberán entenderse con Vladimir Padrino, tanto para desplazar a Maduro por unas elecciones libres como para hacerlo mediante el apoyo militar. Por supuesto, antes deberán contar con el beneplácito de Putin, pero de eso puede encargarse Trump, si es el que juicio político que los estadounidenses llaman impeachment se lo permite. Lo demás es adorno.
*** Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.