31 de diciembre, oye. Se nos acaba 2019, que ya tocaba, y tenemos a 2020 llamando a la puerta, impaciente. Último día y última columna del año.
A lo mejor debería desperdiciarla dedicándola a este Gobierno nuestro en funciones que tiene el cuajo de presentar un preacuerdo (no un acuerdo, ojo: la antesala del acuerdo, la promesa de un acuerdo, el augurio de un acuerdo, un protoacuerdo) progresista y que apuesta por “la palabra” para “confrontar y acordar”, y lo hace sin acceso a la prensa y sin preguntas. Una oda al diálogo.
Quizás no. Quizás debería, mejor, desaprovecharla ocupándome de la “nueva normalidad institucional” made in Sánchez, esa que pasa necesariamente por el apoyo de una formación política con un líder entre rejas con sentencia firme por malversación, prevaricación y sedición. Un canto a la rectitud.
O tal vez sería mucho mejor malgastarla hablando de la Abogacía del Estado, pidiendo que Junqueras, condenado a pena de cárcel e inhabilitación por sedición y malversación, pueda recoger su acta de eurodiputado y, al mismo tiempo, que solicitando a la Eurocámara la suspensión de su inmunidad lo más rápidamente posible. Una alabanza a la ilación.
Pero he decidido que la última columna del año no puede ser tan agorera, que no puedo cargar en mi conciencia con la responsabilidad de haber dejado caer, como quien no quiere la cosa, unos últimos párrafos malhumorados. Y todo esto me pone de muy mal humor, anda que no se me nota, y me sorprendo a mí misma pidiendo por favorcito a la relación poliamorosa en la que nos quiere meter Sánchez lo mismo que le pido cada invierno a la gripe: que pase rápido y duela lo menos posible.
Va a ser mucho mejor, ya lo veréis, despilfarrar esta última columna rogándole a 2020 que sea piadoso con nosotros. Que recuerde que 2019, como dice mi amiga Salomé, ya fue el año que vivimos con los ojos como platos, sin dar crédito, sin salir de nuestro asombro. No necesitamos otro 2019, necesitamos desesperadamente un 2020 nuevecito y a estrenar. Que nos dé tregua, un respiro, el armisticio. Algo. El estupor, por mí, nos puede esperar.
Que tampoco es necesario que todos los años sean el año de nunca acabar.