No puedo parar de reír, de verdad. Yo me disponía a ver la toma de posesión de las carteras ministeriales con seriedad y afectación. Lo juro. Pensaba escribir una columna sesuda y de prosa ampulosa. Un análisis político atildado y solemne, como debe ser. Pero es que me ha dado la risa tonta y yo así es que no puedo, de verdad.
Y es que pide Iglesias, sin sonrojo, que “no dejéis de criticarnos, de presionarnos”. Díselo al juez que publicó un poema satírico sobre Irene Montero y su relación con el ínclito vicepresidente (uno de cuatro, ojito), y a los 50.000 euros del ala que tuvo que apoquinar por criticar.
A lo mejor, no lo descarto, es que la frase continuaba con un “que nosotros ya haremos lo que tengamos que hacer”. Así también invito yo a que me critiquen, no fastidies. Lo de “no judicializar el conflicto”, me imagino, se limita a ciertos conflictos. Que no a todos.
Vestido con americana, criaturica, que le quedaba como a un cristo dos pistolas, me recordaba todo el rato a Marisa Tomei cuando recogió el Oscar. Después del ocho que le hizo Sánchez con las doscientas vicepresidencias, yo creo que todos estábamos observándole recoger la cartera como cuando la Tomei recogió el galardón: con lastimica y conmiseración.
Y es que todos sabíamos que, merecerlo, no lo merecía. Pero cualquiera le pide que se baje de allí en medio del discurso de agradecimiento y vestido de bonito, con sus padres acongojados por la emoción, porque alguien se hizo la picha un lío al meter las tarjetas en el sobre. Y con esa coleta. Que cualquier día le dedican en Marie Claire un artículo con consejos para darle vida y arreglar las puntas. Ah, no, un momento. Que eso ya ha ocurrido.
Dice Iglesias -yo sigo- que “para dialogar, preguntad primero; después, escuchad”. Y lo dice, con todo el cuajo, después de que se hayan casi institucionalizado las comparecencias sin preguntas. Casi echo de menos el plasma de Rajoy, que al menos no trataba de disimular.
Si no fuera porque no quiero líos, diría que Iglesias parecía casi un monologuista octogenario premiado en el Mesón O'Pote por su tronchante declamación. Pero ya he dicho que no quiero líos. Menos mal que no lo he dicho.
Y cuando parecía que la cosa no podía ir a más, aparece el nuevo ministro de Unviersidades y nos sale con un “llego después de 30 o 40 años en California, lo primero que tengo que hacer es enterarme de las cosas”. El que no se lo haya imaginado despistado y con mechas californianas, veinte años y surfeando, que tire la primera piedra.
Y el ministro de justicia prometiendo el cargo con la mano en la mesa en lugar de en la Constitución, como si sujetara la cómoda de casa de su madre para que el carpintero la fijara a la pared. Que el ministro de Justicia, precisamente, no prometa sobre la Constitución es casi como si un alto cargo del obispado se pusiera al frente de la estrategia de salud sexual, pero al revés. Un momento, que eso también ha pasado ya. Si es que poco nos pasa.
Hay que agradecerle a Sánchez, reconozcámoslo, que haya convertido la política patria en la kermés de los sábados. Qué jolgorio, madre. Y qué risas.