Este artículo va de coaliciones electorales, pero también del deber. De provecho partidista y de sentido de responsabilidad. De rendirse a la evidencia o de plantar batalla. De la integridad territorial de España.
El cálculo político ha hecho que el Domingo de Ramos concurran a las urnas gallegos y vascos. Las elecciones catalanas probablemente no se hagan esperar, todo depende de que el juego de vasos comunicantes y carambolas judiciales inclinen a unos a actores o a otros a forzar su convocatoria.
El PP y Ciudadanos andan en conversaciones para reeditar el España Suma como pack completo o como productos distintos poniendo en la balanza lo que uno pierde, lo que otro gana, la debacle mancomunada o el colchón amortiguador para dos.
Hay quien incluso piensa -sólo los electores, los que más debieran importar- que un acuerdo a tres debería ser posible en esos territorios, porque la causa a defender es la misma aunque los números no salgan.
Con las encuestas de estos días en la mano, la suma a dos no interesa nada al PP en Galicia y tampoco le aporta en el País Vasco y en Cataluña. En este último territorio, aunque permitiría adelantarse al PSC como tercera fuerza, al PP le movería poco y sin embargo, serviría para disimular la debacle del partido que ganó las últimas elecciones en Cataluña y que se enfrenta ahora a la irrelevancia.
En decir que si de rentabilidad política a corto plazo hablamos, la suma de PP y Ciudadanos va a servir de bien poco en esos territorios, pero eso sería en circunstancias normales. No en las actuales.
En el caso gallego, un PP difuminado con Ciudadanos en su proyecto social, ideológico y económico y bastante lejos del PP que en Madrid vende la izquierda, no necesita de ningún pacto. Por otro lado el partido de Fejóo difiere bastante de ese partido naranja que desde su aversión a los pretendidos regionalismos, defiende la libertad lingüística en cualquier territorio español.
En cualquier caso, lo que se juega en Galicia es la mayoría absoluta del PP, y que la suma de los ya no constitucionalistas (el PSOE, el BNG y las mareas) al socaire de su estado de gracia en Madrid, lo impida. Y también, que el miedo a esa posibilidad haga olvidar a unos electores -faltos de una alternativa aparentemente fiable-, que la derecha no es lo que Feijóo les ofrece y que el centro no es necesariamente bueno si su única virtud es parecerse ideológicamente a la izquierda y/o a los nacionalistas.
Sin embargo, tanto para el PP como para Ciudadanos son las elecciones vascas y las catalanas las que les enfrentan al precipicio en cuyo borde se encuentran. No siempre fue así. Ciudadanos ganó las últimas elecciones catalanas y el PP hubo un tiempo en que fue la segunda fuerza en el País Vasco.
Hoy, Ciudadanos podría quedar en quinto lugar en Cataluña y el PP, en su deriva hacia lo residual en el País Vasco, tenerse que contentar con el cuarto lugar tras el PNV, Bildu, el PSE y Podemos.
Pero sumas aparte, lo verdaderamente grave es que sea uno, los dos, unidos o separados, poco va a importar frente a la realidad de un voto mayoritariamente no constitucionalista tanto en el País Vasco como en Cataluña. Un voto que se ha ido cocinando a fuego lento en los últimos años sin que percibiese -o sin que se quisiera percibir- la amenaza.
La izquierda mintió dibujando al PP como fábrica de separatistas por su tímida oposición a un separatismo echado al monte, cuando si lo había sido no era entonces sino cuando condescendía con él. Y volvió a mentir fingiéndose constitucionalista y garante de la unidad de España, cuando ni el PSOE ni Podemos estaban en la idea.
Y de nuevo -y aquí colaboró el PP- manteniendo la ficción de un PNV razonable, responsable y de acrisolada honradez, como antes de una Convergència con las mismas virtudes salvo la última. Partidos de Estado con los que pactar.
Unos años más de control de los medios de comunicación y de la Educación y el voto ya es, casi todo, suyo. Si lo unimos a una izquierda que ha dejado de contar en la fila de los constitucionalistas, el panorama no puede ser más desolador.
Ante esa situación de urgencia, no sé si la solución es la suma, pero en ningún caso puede ser la división. No se trata de cavar trincheras, pero cuando en Madrid y en las periferias desleales se rema en el mismo sentido, urge dejarse de cálculos y componendas y mostrarse unidos en lo importante. Como un bloque.
Y no sólo dos partidos, mejor tres.