Al final, cuando pase todo, nos acordaremos de aquellos días en Palma, del chapuzón de rigor en el Club Náutico, del "heredero a título de" en la cara de las monedas y hasta de la falsa monea que ha sido aquí y a ratos Don Juan Carlos: de mano en mano y de jeque en jeque.
El grito aquel de que "yo no soy monárquico, soy juancarlista" es como el aplauso nocturno a los enfermeros de quienes, en los balcones privilegiados, defraudan a la Seguridad Social en la medida de sus posibilidades.
Cuando pase todo, cuando la peor primavera sea el recuerdo de esa gripe mal curada, caeremos en la cuenta de que ni Zarzuela ni nosotros somos ya los mismos.
Juan Carlos no ha sido ni más ni menos que otros, aunque bien que tenía sus horarios y sus amigas nórdicas regadas con cava, como el Tito Miguel o yo en otra vida. El campechano era comisionista y hasta offshore, pero desde Witiza sabemos que la monarquía es tan consustancial al mamoneo como el vivir, que diría Manrique.
España no se ha indignado lo suficiente con lo de la querida rubia y los árabes donantes porque, en el fondo, todos admiramos una querida o una sueca: es nuestro sueño americano y cañí. Los hijos del felipismo aprendimos a ver que no éramos santos, y los pilares fundamentales del Estado que dicen los cursis se han acabado pareciendo mucho a Berlusconi. Sin traumas ni psicólogos.
El asunto es que el régimen del 78, que tan felices nos hizo, va quedándose en una cosa de muertos y vividores, acaso porque ya no tiene quién le cante y porque del "puedo prometer y prometo" hemos degenerado al "quiero llegar a casa sola y borracha".
La Sacrosanta Transición que decía el maestro Paco no era ni tanta ni sacra, pero nos hizo más que un apaño y por momentos nos sacó de África y nos metió en Europa.
La Historia nos enseña que pasar de La Chata a una familia Grimaldi socialdemócrata así, a calzón quitado, no era fácil en este país de súbditos y de porteras.
En esta hora crucial, que nada nos empañe la memoria de Juan Carlos I: nos quedamos con sus ratos buenos, con sus melocotones en Casa Lucio, con sus rubias y con su cuento de la querida que sabíamos desde Totana a Liechtenstein.
Que Hacienda lo tenga en su Gloria...