Cual Gregorio Samsa al despertar, Pablo Iglesias, de la noche a la mañana, ante una situación de crisis sanitaria sin precedentes, y que anuncia un panorama económico muy negro, se ha encontrado cara a cara con la unidad nacional (nacional de España, claro).
Parece ser que, ahora sí, se le hace visible, desde la atalaya vicepresidencial, el “interés general” (“general”, de nuevo, de España), y se acuerda del artículo 128 de la Constitución (“toda la riqueza del país está subordinada al interés general”) con el que llamar la atención, a “particulares y empresas”, de los sacrificios que hay que realizar, en este momento crítico, para que “la patria funcione” (dice literalmente). Parece ser que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Y es que de repente, aunque no nos explica ese proceso tan súbito metamórfico, contempla a la patria (se supone, otra vez, española) y su aflicción, y se acuerda de la posibilidad de “nacionalizar” la riqueza “del país”, si ello fuera necesario (imaginamos del país, una vez más, en su integridad).
Aquella “España plural”, aquella “nación de naciones”, aquel país cuyo nombre apenas podía mencionar -de hecho, no lo hacía y sigue sin hacerlo-, se le ha transformado en una rotunda “unidad”. Insospechadamente, para Iglesias, también para Sánchez que, no olvidemos lo puso ahí, España es “una” (y no cincuenta y una).
Y, ¿entonces? ¿qué ocurre con aquel “derecho a decidir”, que había de ser reconocido para algunas “autonomías” en sus “legitimas” aspiraciones al autogobierno? ¿ya se ha extinguido? ¿se lo llevó, quizás, también el coronavirus? ¿O es que cuando habla de “nacionalizar” se refiere sólo a algunas partes de España y no a otras?, ¿no tendría que decir, entonces, mejor, “plurinacionalizar” (sic)?
Suponemos que este “derecho a decidir”, reconocido por Iglesias, sigue estando ahí, así, reconocido, aunque ahora, por lo visto, parece ser que ya no debe ser atendido, pasando por encima de él, cual rodillo “constitucionalista” con el artículo 128, de tal modo que aquella “Catalunya sobirana”, que Iglesias reclamaba en su momento, queda sepultada por el “interés general”. Vaya.
Recordemos que, antes de que la pandemia se convirtiese también en pantópica en los titulares de prensa, el vicepresidente Iglesias era el “mediador” (o algo así) para llegar a acuerdos, en ese “proceso de diálogo” con el separatismo (“independentismo”, en sus términos”). Un proceso que, entendemos, era puramente retórico -y es que es así como se explican prácticamente todos los comportamientos políticos de este auténtico trilero demagogo-, con el que se buscaba tener una posición más “empática” y “seductora” con el catalanismo, pero no tanto para rendir al catalanismo -porque se supone que el derecho de sus reclamaciones estaban reconocidos por Iglesias-, sino para rendir a la oposición “de derechas” del PP y de Ciudadanos, cuando no directamente a la “fascista” de Vox, señalándolas, por su “nacionalismo español”, como causa del problema.
Ahora, con diez mil muertos encima de la nación, parece ser que aquellos “derechos de los pueblos”, muchas veces “ignorados” e, incluso, “vulnerados” -decían él y el mismo Pedro Sánchez dirigiéndose entre algodones a la bancada separatista del Congreso-, pueden esperar y pasarse por alto -no interesa ni recordarlos- ante la expectativa de poder presentarse ante los “compatriotas” -palabra en la que insiste mucho últimamente- como un auténtico benefactor, un Robin Hood que, vía “nacionalización”, quita a “los ricos” para dar a “los pobres”.
Incluso, con ese aire grave y petulante que le caracteriza, Iglesias quiere ponerse al frente, restando protagonismo a Sánchez, y tomar las riendas de un estado y de una nación que, no olvidamos, ha estado erosionando -más bien traicionando- permanentemente con su complicidad con el separatismo. Una complicidad que dura -que ha durado- lo que duró aquella oportunidad antes de que, para el oportunista, se presentase la siguiente.
Así que Torra, Rufián, Junqueras, y la “España plural”, si te he visto no me acuerdo, y es que presentarse como salvador de la patria toda -y “una”- artículo 128 mediante, es una oferta que Tartufo no puede rechazar.