Está siendo una semana de locos en la sede del PP de la calle Génova. Pero el dilema lo tiene el presidente Sánchez: si necesita el apoyo del PP para la continuidad de su desastrosa gestión de la crisis del Covid-19 debe aceptar las condiciones de Casado; si Sánchez las acepta genera una crisis con sus socios extremistas de Podemos.
La oposición de centro derecha al gobierno ha pasado por dos etapas ya periclitadas. La primera fase fue un apoyo responsable a la reclusión en los domicilios; una segunda fase de apoyo también al Estado de Alarma pero con la propuesta sobre la mesa de un nuevo gobierno de gran coalición y en la tercera fase el gobierno pretende un retorno al inicio: un apoyo de la oposición PP sin condiciones.
El gobierno parece que ha optado por el trágala: o yo o el caos, cuando Sánchez es la personificación del caos. Lo cual plantea una decisión por parte de Casado que se resolverá en la votación de hoy en el Congreso. Una votación que, además, quizás no sea determinante toda vez que cabe la posibilidad de una nueva ajustada mayoría del gobierno socialista-podemita con la suma de los votos de Cs. Otra cosa es que Arrimadas sea capaz de sostener a Sánchez dentro de quince días.
Casado está recibiendo numerosas presiones por parte de medios de comunicación, sectores de su partido, del gobierno, de las comunidades autónomas y de los grupos de presión. Estas sugerencias o indicaciones se pueden resumir en dos posiciones claramente diferenciadas.
Una de ellas, que denomino rajoyista, de tradición muy anterior, es la continuidad de la pasividad. El argumento es el siguiente: la centralidad del Estado de Alarma les divide y somete a los separatistas; estamos en una situación similar a 2008 en la que el problema era del gobierno, no de la oposición; es mejor que la izquierda gestione la escasez y cuando tenga que reducir el salario de funcionarios, el importe de las pensiones y las subvenciones a los parados, el gobierno caerá como fruta madura en el PP; un PP moderado y que ha hecho propuestas razonables, de centro y constructivas.
Frente a esa posición de apoyo hoy al gobierno en el Congreso, que es la que solicita y sobre la que el ejecutivo de Sánchez chantajea a Casado, otra parte del PP y de la opinión pide una forma diferente de gestionar el Estado de Alarma. Superado el climax de la crisis se puede poner fin a la excepcionalidad, aplicar la legislación ordinaria, confiar en el sentido de la responsabilidad individual, subjetiva; terminar con una tuición estatal que convierte a los españoles en ilotas, en ciudadanos sin derechos. La reclusión domiciliaria ya ha cumplido sus objetivos y el precio a pagar con cuatro prórrogas del Estado de Alarma hasta final de junio es inaceptable para la salud económica y democrática de la sociedad española.
El PP hasta el momento ha dado sobradas muestras de responsabilidad apoyando el estado de Alarma en cuatro ocasiones; ha propuesto condiciones razonables y positivas para una eventual prórroga de quince días separando los requerimientos sanitarios de las medidas de socorro del Estado al sistema productivo, ha estado en disposición de aceptar un gobierno de amplia coalición. Si hay una aceptación de los criterios de Casado en la prórroga de Alarma se puede votar sí; si es una simple continuidad de lo que Sánchez ha hecho hasta ahora se debería votar no.
En mi opinión, no es el momento de la tibieza. Es la hora de la claridad, del liderazgo y de la propuesta de otra forma de gestionar una crisis dramática. No estamos en 2008; es mucho peor y no hay un sistema bipartidista de modo que los electores no son cautivos sólo de dos opciones políticas.
Es una ironía que sea el libro El Apocalipsis el que advierte contra la tibieza de una posible abstención como forma de encuentro y conciliación de los dos vectores presentes en la mesa del despacho de Casado. Según el referido libro, Dios advertía a un Ángel dubitativo: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”.
Hoy el PP está en una encrucijada que hay que resolver con una decisión que no puede ser de equilibrio entre dos posiciones enfrentadas dentro del PP. La abstención, es la nada, es la pasividad, la inexistencia política, la vuelta al rajoyismo que costó al PP la división y la pérdida de un tercio de votos. La abstención no es una opción.