Irene Mínimo Viral, Irene Japiberdei, Irene Tomelloso Montero... son tantos los epítetos, que podríamos hacerle a la ministra del off una lista que ni Homero. Y cuando pase el tiempo, en esta Odisea de ministros magros y mentirosos, nos quedará esa grabación envenenada de la Televisión de los "vascos, las vascas y les vasques" (Ibarretxe dixit).
Jamás se vio tanta naturalidad en una ministra, que la desenvoltura aparente de la de Hacienda no es más que un galleo por chonerías. Irene asume con naturalidad que a su fiesta de coronación fueran menos "hermanas" de lo esperado, y lo grave ya no está en que nos mandaran al matadero, que hubiera tortas y toses en el manifestódromo del Paseo del Prado.
Lo fundamental en todo este carajal es que hemos asumido que a la ministra hay que subtitularla cuando deja la pose de su cónyuge, cuando se suelta la melena y usa a la periodista como una psicóloga con la que desfogar la tensión acumulada de un ministerio de piruleta.
Lo que en Irene es naturalidad de niña bien que hace la revolución sin depilarse el alero, en Marlaska es el nervio delator de abrocharse la chaquetilla entallada y esa voz que es la de Simón con dos octavas de más y dos coroneles de menos.
De La Navata a Tomelloso hay 217 kilómetros así, a ojo. 217 kilómetros que tienen poco y mucho que ver: Irene convirtió el 8-M en un botellón de Botis y los tomelloseros convocaron un botellón de botes. De los repuntes y los esputos de sangre que hablen los médicos de los hospitales de por allí, que llevan tres meses viendo al Diablo y recetando viáticos y tortas de Alcázar frente al desdén de quien corresponda.
Irene tuvo una juventud locati en la que nos adentraba en los misterios de la psique y de los códigos de barras. Y quien tuvo retuvo, y por eso a Irene se le fue la sinhueso creyendo en la bondad rousseauniana de la ETB, que ya es creer.
Después de que trascendiera lo de Irene y una boca -la suya- como la bóveda celeste, el Consejo de Ministros no cambió, pero había gran animación en Forocoches y España se dio cuenta de que en el teatrillo doméstico de esta familia, el suegro frapero era el menos malo.