La primera vez que llegué a República Dominicana, un mulato de muy buen ver me reprochó en la barra de un colmado los abusos de mis antepasados para con los suyos. Apellidándose Gómez como se apellidaba pude asegurarle, con limitadísimo margen de error y mientras le apuntaba con el dedo índice de la misma mano con la que sujetaba mi vaso de ron, que muy posiblemente fueron sus antepasados y no los míos los que cometieron tal tropelía.
Los míos, pobres, se habían quedado en la Península Ibérica, probablemente pasando hambre y calamidades. Por eso yo, cientos de años después, había venido al mundo en el Mediterráneo. No como él, alumbrado en el Caribe, descendiente de un Gómez que arribaría a tierra nueva a saber por qué razones y con qué aviesas intenciones.
No entendía, en mi candidez, por qué debía disculparme ante un desconocido por algo que había hecho gente que yo no conocía a gente que no conocía él. ¿Qué se arreglaba con eso?
Esa misma sensación, entre el estupor y la vergüenza ajena, es la que tengo ahora cuando veo los vídeos y fotos de policías, congresistas, aspirantes a cantante y anónimos ciudadanos hincando rodilla al suelo con gesto solemne y apesadumbrado.
¿De qué se disculpan exactamente? ¿Qué responsabilidad asumen? ¿Qué solucionan con esto? ¿A dónde irá ese gesto? ¿Al mismo lugar que los besos que guardamos, que no damos? Víctor Manuel, necesitamos respuestas.
Me parece, eso sí, un muy buen resumen de nuestros tiempos: la época visaje. Poco importa el diagnóstico o la solución, el problema, lo determinante es la apariencia. Lo primordial es sentirse afectado por lo que toca y, sobre todo, que se note. Que se note mucho.
Los mismos que hoy se arrodillan por Floyd son los que ayer aplaudían por los sanitarios, y antes les preocupaba el cambio climático, y un poco antes gritaban “sola y borracha quiero volver a casa” vestidos de lila hasta las cejas. Un poco antes les desvelaban los inmigrantes que se ahogaban en el mar, y antes los refugiados -los que sean-, y antes la gentrificación, y antes los desalojos, y antes las ballenas azules, los cultivos de soja transgénica, la comunidad ancondroplásica o los pelirrojos.
Podría hacer un resumen cronológico de las grandes causas justas de los últimos años con ilustraciones cuquis de Instagram y poemas de Roy Galán.
El activismo hoy es como esos packs de doce yogures de distintos sabores. Hoy lo comes de limón, mañana de macedonia, pasado feminista, al otro ecologista. ¿A vosotros también se os queda siempre el de coco al fondo de la nevera? ¿Alguien conoce a alguien que se coma el yogur de coco?
El activismo en monodosis calmaconciencias ha vuelto. La nueva normalidad se parece bastante a la vieja. Tanta causa justa y tan poca vida.