Madrid tiene algo de mujer fatal. Se deja conquistar, pero si no atiendes el aviso del vidente que advirtió a César poco antes de morir asesinado “cuídate de los Idus de Marzo”, el riesgo de pasar de las mieles a las hieles, del cielo al infierno es muy elevado.
Madrid, a diferencia de otras ciudades españolas, es una ciudad abierta a la posibilidad de éxito personal económico, profesional o político, independientemente del origen y condición social; hace falta ambición, adaptabilidad, inteligencia y rodearse de personas influyentes. Por supuesto, el formar parte de una dinastía de la elite facilita el ascenso a los cielos, pero no te resguarda de una eventual caída al abismo, al infierno.
En este sentido hay una cierta diferencia entre una sociedad clasista, como la inglesa, y la española. Allí las clases populares y hooligans tienen y manifiestan respeto a sus elites; en España, la envidia nubla las pasiones y el mayor divertimento de muchos españoles es observar la caída que, cuanto más elevada sea, más se disfruta.
La historia de Madrid está plagada, desde hace siglos, de carreras personales muy destacadas que, después de disponer del mayor poder y reconocimiento, han terminado en el fondo del abismo.
Este tema da para un libro. Me voy a limitar a recordar algunos nombres para evidenciar carreras de gran triunfo madrileño pero que terminaron en el exilio, el ostracismo, la ruina o la prisión.
Antonio Pérez alcanzó el máximo poder con Felipe II y murió exiliado y arruinado en París, en 1611; el conde-duque de Olivares tuvo todo el poder del Imperio español durante casi treinta años y terminó desterrado en 1643 a Toro, Zamora, y procesado por la Inquisición al año siguiente. El más importante reformista ilustrado español del siglo XVIII, Jovellanos, fue ministro de Gracia y Justicia y padeció después prisión en Mallorca en el castillo de Bellver.
Un hidalgo extremeño, guardia de corps, Manuel Godoy se alzó con la confianza del Rey como favorito y, por tanto, gobernante plenipotenciario de Carlos IV. Godoy falleció en el exilio, arruinado en París, en 1851. Contemporáneo de Godoy, Francisco de Goya, pintor de Cámara de los reyes, murió también en el exilio en Burdeos acuciado de deudas y dificultades.
Otro hidalgo, guardia de corps, Agustín Muñoz se casó con la viuda de Fernando VII, María Cristina, la Reina Gobernadora, protagonista principal del inicio del régimen liberal y reformista español. Ambos murieron en Francia en el exilio, en 1873 y en 1878 respectivamente.
El Marqués de Salamanca, a quien se recuerda como urbanista en varias ciudades españolas, fue ministro de Hacienda, se exilió a París y tuvo varios episodios de ruina y recuperación hasta que, en 1876, tuvo que vender el suntuoso palacio del Paseo de Recoletos de Madrid.
Ya, en el siglo XX, un militar tan bien intencionado como equivocado, Miguel Primo de Rivera, inició el camino de la perdición, de la ilegalidad golpista anticonstitucional que tantas desgracias causaron entre 1923 y 1936; disfrutó del poder durante seis años y falleció en el exilio en París, en 1930.
Dos triunfadores, beneficiados de la inestabilidad que provocó el golpe de Primo de Rivera, fueron los presidentes de la II República, Alcalá Zamora y Manuel Azaña, y ambos murieron en el extranjero. Otros dos todopoderosos, entre 1931 y 1939, los socialistas Largo Caballero e Indalecio Prieto sufrieron y murieron en el exilio. Manuel Irujo, del PNV, vino a Madrid en 1936 para jurar como ministro de la II República y padeció durante treinta y ocho años el exilio, hasta 1977.
En tiempos presentes, los nombres de personalidades destacadas, financieros y ministros, que han formado parte de la elite de Madrid y han estado o siguen en la cárcel, están en la memoria viva de todos nosotros.
La reincidencia de los españoles para reclamar el regreso de los sucesores de los reyes exiliados es un rasgo singular de nuestra Patria y el reconocimiento de la valoración y necesidad que damos a la continuidad histórica y dinástica. Del cielo al infierno viajaron al exilio y murieron lejos de España: Carlos IV, Isabel II y Alfonso XIII. A la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, le preguntaron qué echaba de menos de España en su retiro de Lausana, Suiza, y respondió: “el cielo… el cielo de Madrid”.
Ahora, las hieles de acusaciones por verificar caen, con gran injusticia, en Don Juan Carlos. El Rey Padre, solazado en el disfrute de las mieles del cielo de Madrid, repite un destino de éxito y desgracia shakesperiana por no atender la advertencia del vidente: “cuídate de los Idus de Marzo”.