Una de las cosas más bonitas de la vida es ver ponerse el sol. Te aquieta ante lo grandioso, te exige calma. Te reclama concentración, curiosamente, para que te intereses en lo más cotidiano del espacio tiempo: es lo único que lleva pasando en el planeta cada día desde que el mundo es mundo.
Pero todos aprovechamos la oportunidad, si caemos al sitio preciso en el momento adecuado, de abandonarnos un poco ante el universo esa media horita perdida, que retrasa una cena, o una cita posterior... me pilló el atardecer, disculpa el retraso.
Guardamos en nuestra memoria imágenes de algo que no es más que el mecanismo básico de la vida, y componen nuestra historia particular: un acantilado en Colares, esas rocas de Gozo, la playa de Majanicho o el paseo a contrasol, y a favor del Sena, a cierta hora, desde Saint Martin a la Cité.
Aún puedes recordar el ocre rabioso a la espalda de ella en la primera terraza, compartiendo un cigarro de liar, que ya no queda más tabaco. O la tarde en la que ya sólo era una decoración tu sombrilla en la playa, y el astro se colaba entre el horizonte y sus toldillos para deslumbrarte unos ojos que luchaban por permanecer pegados a los párrafos de El alquimista. Incluso, ese rielar te hace un guiño al pasado, a la luz en la mirada de tu ex y su reflejo en otras aguas, y su sonrisa.
"Seas quien fueres o lo que hagas, si deseas algo con firmeza, es porque ese deseo nació antes en el alma del universo. Y es tu misión en la Tierra", decía Coelho en esas páginas. Los pedalones y la lectura sosegada son para el verano, como las motocicletas fueron para bajar al Congreso a glosar disputas durante el curso.
Esta semana tocó lidiar con polémicas falsas de la derecha: a muchos convenía poner bajo el foco lo de los expertos ocultos. Y con otras reales de la izquierda, que se han tapado a ver si el no aclarar las razones por las que blanquean a los abrazadores del sombrío Josu Ternera lograba que el asunto pasara inadvertido.
Pero bastó elegir la luz, que es la misma y se derrama igual sobre el orbe diestro y el siniestro.
Nunca he visto el rayo verde. Cuando el astro avanza hacia el ocaso, no dice adiós, se comporta como el genio volviendo a su lámpara. A este verano de un 2020 siempre en el ocaso le pido el alba, dejar de trasnochar entre lamentos y escribir despertares. El sol naciente es todavía más bonito. Y los deseos te los concedes tú, porque siempre amanece.