Sucedió justo debajo del moral péndulo. La perra Lana escarbó con sus patas delanteras y después hundió el hocico en la tierra. Cuando sacó la cabeza, despegó los belfos, dejando caer sobre la hierba un atolondrado topillo campesino. De aquella desagradable excursión por la cavidad bucal de Lana, el pequeño roedor solo se llevó un reguero de babas. Y un buen susto, desde luego. Con apremio lo tomé, saltarín, entre las manos y lo acerqué hasta la entrada de su madriguera, por la que se perdió enseguida.
Para presentar mis disculpas arranqué una de las ciruelas que ya maduran al fondo del jardín y la dejé en la embocadura del mismo túnel. A veces he visto a los topillos acarrear las ciruelas esforzadamente hasta su guarida, un poco al modo en que los escarabajos peloteros hacen rodar su esfera de estiércol hacia su galería-casa. Unos minutos después comprobé que la fruta había desaparecido. Como no estaba segura de que una sola ciruela pudiera compensar el estrés del roedor en las fauces de Lana, repetí el gesto en los días posteriores. El topillo siempre aceptó de buen grado la fruta madura y yo entonces di por saldado el desencuentro.
Si les expongo mis cuitas vecinales es solo para justificar mi exilio rural. En Retuerta los conflictos adquieren proporciones manejables: proporciones de ratón. El fracaso es una carne demasiado hecha en la barbacoa, disgustos dan las tormentas de verano que interrumpen la conexión a internet y la tristeza es ese olmo en el que languidecen en progresión las verdecidas ramas. Aquí, una ciruela bien vale un perdón.
Comparen ahora estas aflicciones con las del otoño catalán del 17, ahora que se cumplen tres años de tan sombríos episodios. O con la fractura que inauguró la moción de censura en junio del 18, y que ha arramblado la política moderada hasta la fecha. O con la calamitosa gestión de una pandemia que se ha cobrado 50.000 vidas. De todo esto llevo meses huyendo, refugiada en la ribera del Arlanza. Valga como prueba de mi aislamiento esta confesión: nunca he visto una rueda de prensa de Fernando Simón. Ya solo me interesan los alisos que el río baña y los buitres que toman el sol en las torcas y ese zorro que me cruzo por las tardes al salir a correr.
Pero, me hago cargo, esta vida de contemplación y chándal solo es una vida de cobarde. Así que por la mañana he vuelto a maquillarme. He subido al coche con las perras y la maleta y he cruzado la meseta. He tomado el desvío de Ventas, en la M-30. He quitado las dos vueltas de llave de mi puerta. Luego he limpiado el polvo al ordenador, lo he encendido y, justo arriba, he escrito: “Volver”.