A los happy few (los pocos felices, que somos muy pocos y cada vez menos felices) solo nos cabe el repliegue helenístico o alejandrino. Lo he escrito más de una vez en los últimos años, porque están siendo años de descomposición y el repliegue es lo que se corresponde. Después del interés por la vida pública de Platón y Aristóteles en la Grecia clásica, vino la desbandada hacia la privacidad de los escépticos, los cínicos, los epicúreos, los estoicos... Una figura contemporánea equivalente sería el emboscado de Jünger.
Lo que está pasando en España es desolador. Yo estoy asustado con lo que estamos viviendo y aún más con lo que viene. Jorge San Miguel, en un artículo reciente sobre “la nueva normalidad” que está montando el Gobierno, aconseja “desinvertir emocionalmente en el país y, desde luego, en el 78”. En efecto, solo es fuente de frustración mantener el vínculo con algo que se deshace sin remedio. “Desinvertir emocionalmente y cultivar un jardín; el que lo tenga y mientras se pueda salir a la calle”, concluye San Miguel.
El jardín remite al de Epicuro: un recinto de placeres, o al menos de serenidad placentera, de ausencia de dolor y perturbaciones. Aunque me temo que los placeres van a ser un lujo. Habrá que disfrutarlos cuando se presenten, cuanto se pueda. Pero preventivamente yo invitaría a la reclusión en el Jardín de Epicteto. De los estoicos grecolatinos –Zenón, Crisipo, Séneca, Marco Aurelio...–, Epicteto fue el que con más ahínco predicó la imperturbabilidad. Los happy few tendremos que ejercitarnos en ella para no terminar amargados.
“¿Cómo se desinvierte emocionalmente en tu país?”, preguntó Kehre, un compatriota que vive en Alemania. No es fácil. Ni siquiera creo que sea posible. Pero hay que distanciarse un poco para no ser devorado, para no formar parte del fango. Tal vez por medio de la comedia. Lo más difícil es encontrar el tono. Uno que lo ha encontrado ha sido Ramón de España, con sus divertidísimas piezas (en vídeo y por escrito) sobre el “manicomio catalán”. Un manicomio que ya ocupa toda la península (y sus islas).
No sé muy bien si el derrotismo fomenta la derrota, pero sí que el triunfalismo no fomenta el triunfo (y que luchar ahora no sirve para nada). Si estamos en una posición perdida, como creo, la cuestión es si entregamos también los momentos que preceden al definitivo. Porque esos aún podrían ser nuestros: hasta la patada en la puerta.