A la derechita cobarde© se le quitaron ayer, precisamente ayer, los complejos. Por desgracia para Santiago Abascal, los primeros en caer fueron los complejos que el PP arrastraba con Vox.
Es de prever que en breve lo hará el resto, empezando por toda esa pamema cochambrosa de las identidades defendida por los sexadores de pollos socialdemócratas. ¡No se me vaya a quedar ahora a medio camino, señor Casado! ¡Ahora que por fin, y por primera vez en dos años, el PP tiene un líder!
Y un líder con proyecto, nada más y nada menos.
La transformación de Pablo Casado desde oruga de Nuevas Generaciones hasta Godzilla del centroderecha que aplasta Soros, Chinas y Hitlers como quien pisa uvas en el Congreso de los Diputados pudo ser visto a tiempo real y alcanzó cotas de crueldad shakesperianas. De sadismo, a ratos.
El discurso fue doloroso como un parto. Que es lo que fue en realidad. En su primera intervención, Casado viró el rumbo de su partido 90 grados. En su contrarréplica, lo refundó. Cuando aludió a los Reyes Católicos y señaló a su espalda, uno casi podía sentir la mirada de Isabel y Fernando clavándose, fulminante, en los diputados de Vox.
La respuesta desconcertada, genuinamente dolida, de Santiago Abascal fue real, y no hace falta una empatía extrasensorial para darse cuenta de ello. "Una cosa es la estrategia y otra hablarle así a un tipo que se jugó la vida por tu partido en el País Vasco" me decía un amigo columnista ayer. "Hay algo muy innoble en esto" añadía.
Y eso lo decía alguien generalmente muy crítico con Vox. Cómo habrá sentado la cosa entre los simpatizantes de Santiago Abascal.
Pero es cierto. Tan cierto como que Vox no tuvo empacho en presentar una moción de censura cuyo objetivo no era sacar a Pedro Sánchez de la Moncloa, sino finiquitar a Pablo Casado y ocupar su lugar como líder de la derecha. Pero fue el padre el que ayer mató al hijo, desmintiendo de una vez por todas esa fama que muchos, y entre ellos yo, hemos atribuido a Casado. La de ser demasiado buena persona para la guerra contra la oceánica amoralidad del populismo sanchista.
¿Fue despiadado? Sí. ¿Fue necesario? Desde un punto de vista político, por supuesto.
La jugada es muy arriesgada. Tanto como lo fue el discurso del Rey del 3 de octubre de 2017. Felipe VI se jugó ese día la corona. Pablo Casado se ha jugado el PP. Dentro de unos meses no se hablará de las frases que dijo ayer. Pero todos recordarán que hubo un antes y un después del 22 de octubre de 2020.
El desconcierto de Vox tiene una segunda explicación más allá del dolor personal que supone ver a tu padre demoler tus prematuras fantasías de madurez. Vox era el amo y señor de un ecosistema sin competidores. Porque la izquierda y el nacionalismo no son competidores para Vox. Al contrario. Alimentan su crecimiento con cada insulto.
Pero el PP ha reordenado el espacio en la derecha. Su cálculo es maquiavélico: el votante de la derecha no es ideológico, sino pragmático. El PSOE fagocita a Podemos copiando su programa y proponiendo las mismas barbaridades que propone Iglesias. El PP ha decidido fagocitar a Vox por la vía del voto útil. ¿Quieres darte un gusto o que gobierne la derecha? Si A, vota Vox. Si B, vota PP. Así de fácil.
Porque Casado no se limitó ayer a darle una patada a la mesa y repartir nuevas cartas. No ha cambiado la partida, sino el juego. No ha cambiado la táctica, sino la estrategia. Si Casado es coherente, su siguiente paso será absorber a Ciudadanos.
Para cuando salió Pablo Iglesias a echarle un capote a Santiago Abascal, su discurso plagado de referencias a referentes conservadores que no ha leído, y si ha leído no ha entendido, sonaba ya vetusto, casi carcamal. El de Adriana Lastra, poco después, prehistórico. Como una vendedora de candelabros intentando colar su producto en la sede central de Iberdrola.
¡Cómo le perdonaban la vida a Casado esos dos titanes del conservadurismo liberal! Ellos sí que saben lo que es la derecha europea verdadera. Lo han leído en un tazo de Choco Krispies. Iglesias hasta citó a Emmanuel Macron. ¡A Macron! Un poco más y cuenta un chiste sobre la Unión Soviética como los que solía contar Ronald Reagan.
Si el desconcierto de Abascal fue genuino, el de la coalición de predemócratas que ocupa el Gobierno fue, en cualquier caso, revelador. Les sacas del "vuelve Franco" y se derriten como polos de agua al sol.
Hoy volverán con la matraca del PP fascista, por supuesto. Siguen hablándole a un público políticamente adolescente y, como los nacionalistas catalanes, han ido demasiado lejos y sacado demasiado rédito de sus mentiras como para actualizar sus polvorientas neurosis.
Pero eso habría sido así hubiera hecho Casado el discurso que hubiera hecho. En este sentido, no vale la pena darle más vueltas a este punto.
"Los periódicos se van con Casado. Los votantes se van con Vox", decía Gonzalo en Twitter. Quizá tenga razón. "Casado ha entregado a sus votantes a cambio de portadas de periódicos que ya no lee nadie". Quizá también tenga razón en esto.
Es probable que los de esta columna sean argumentos lanzados a un desierto en el que no mora ni un solo beduino. ¿Pero a cuántos votantes de esos que ya no leen periódicos ha logrado captar Santiago Abascal con un discurso que parecía diseñado por Steve Bannon para los votantes de las Grandes Llanuras y los estados montañosos americanos? ¿Tanto cree Vox que le preocupa Xi Jinping a sus votantes?
La paradoja es que, si tienen razón los votantes conservadores decepcionados con el discurso de Casado de ayer, habrá captado más votos para Vox el líder del PP que el discurso de Santiago Abascal del miércoles. Deberían verlo como una inversión.
Lo cierto es que el discurso de Abascal se estrelló con cohetería y que dejó la portería vacía para que Pablo Casado rematara a placer. Si Abascal hubiera hecho un discurso caníbal, uno centrado en la crítica a la gestión de la epidemia y que asumiera como propios los puntos principales del programa del PP, Casado se habría visto en un aprieto.
Pero Abascal parece comprender mejor al votante americano de Donald Trump que al español. No es una crítica, es una constatación. La caricatura que la izquierda dibuja de Vox no es cierta, por supuesto. Vox está a años luz moral e intelectualmente de EH Bildu, ERC, JxCAT, Podemos y demás cacharrería populista y antidemócrata, cuando no directamente delincuencial.
Pero no entiendo adónde lleva el camino que dibujó Abascal el miércoles. Y eso habiendo leído, como han leído en Vox, a Gustavo Bueno, Christophe Ghilluy, Roger Scruton, Douglas Murray, Alain Finkielkraut y Hannah Arendt, entre muchos otros.
Confieso que yo había abogado por la abstención del PP con los mismos argumentos que Cayetana Álvarez de Toledo. Porque imaginaba un no del PP raquítico, timorato, uno de esos que transmiten la sensación de que la derecha está pidiéndole perdón al PSOE por existir, temerosa de molestar y de significarse.
En ese contexto, pensaba yo, el mal menor era votar en conciencia y no en base a tacticismos que la derecha no suele saber aprovechar luego. Tampoco suele conducir a nada el voto en conciencia. Pero al menos no te traicionas a ti mismo.
Pero me encontré con un no que avanzaba por el discurso de Vox como un buque rompehielos. Donde esperaba tacticismo, timidez y zonaconfortismo vi, por primera vez, a un Pablo Casado afilado como una katana Hattori Hanzo.
Cuando Casado le dijo a Sánchez "cuatro de los siete padres de la Constitución son nuestros", el presidente negó con la cabeza, quizá porque ni la historia de su país conoce.
El misil apuntaba a la línea de flotación del PSOE. De haber tenido voz y voto Sánchez en 1978, los españoles ni siquiera tendríamos hoy Constitución. Al menos, no esta Constitución. Ahora llevaríamos ya cuatro o cinco, a cual más sectaria. Dudo que el PSOE sea el partido que más se parece a los españoles, pero no me cabe duda de que el PP es el partido que más se parece a una democracia parlamentaria liberal.
Me pregunto si el discurso de ayer de Pablo Casado es el resultado de la comprensión de una verdad profunda sobre España. Esa que dice que a los españoles no nos importa tanto la ideología como la fortaleza del líder. Su capacidad de liderazgo. De ahí que la despiadada brutalidad de Sánchez y sus 60.000 muertos y millones de quiebras sea admirada por votantes que hiperventilan frente a la foto de un cayuco en Instagram.
Si Casado ha comprendido eso, será presidente. Su discurso de ayer jueves lo cambia todo. El PP ya tiene presidente y Pedro Sánchez, alternativa.