Patria lo deja claro; y su versión en streaming más: el matriarcado enfermizo, los calostros carlistas, un pueblo pequeño y un cura fanático hicieron que corrieran todos los muertos que llevamos como una losa de la democracia. La misma losa que cubre a un inocente con hojas, el nombre olvidado, porque polvo somos y nos comerán los limacos.
Las cosas, que diría Delibes, podrían haber sucedido de otra forma y sin embargo ocurrieron así: con una curia levantisca que vio en el tiro en la nuca algo así como una liberación del Antiguo Testamento, y en el hacha y las nueces, una simbología bíblica de una sociedad enferma. Eso.
Esto del curilla de Lemona no es nuevo, y quienes hemos ido y mantenido lazos sentimentales con las Vascongadas más profundas sabemos que ETA nació en un seminario, y que hubo un tiempo en que las pastorales eran más zutabes que otra cosa.
Porque aquí podrán blanquear con el dinero de todos a Bildu, podrán sacarnos a Otegi como un hombre de paz, podrán sacar cartelería abertzale con Iparralde, Navarra y Vascongadas como un corazoncito, que sabemos que -frente al desconocimiento supino del terrorismo- hay quien sigue agitando las nueces. Hay quienes, frente al olvido interesado, sí saben qué fue ETA y la siguen justificando en las largas noches de castidad, con el chocolate de las beaturronas más cafeteras, con el pañuelico de las Gestoras Pro y el relicario que les huele a pólvora.
Ahora salen muchos documentales de ETA, y hay como una consigna de equidistancia, que es el primer paso para que el relato se desfigure. El arrepentimiento con letra pequeña del cura de Lemona es sintomático de la lacra que aún pervive en muchas parroquias entre la linde de Castro Urdiales y San Juan Pie de Puerto. Que la Iglesia haga propósito de la enmienda, acto de contrición y una purga por el Norte.
Que nadie oculte la verdad: ETA nació en un seminario.