No cancelamos la Navidad, y por eso ahora nos encontramos intentado surfear una maldita ola que, con seguridad, nos despedirá en breve, y lo hará con toda ferocidad. El golpe, cuando aterricemos, será brutal. Ya sabemos que el último fin de semana ha sido el peor en contagios desde que la Covid nos cambió la vida hace poco menos de un año.
Con más de 230.000 contagios en la última semana y una incidencia acumulada de 714 casos por 100.000 habitantes, nuestra estadística sólo se puede calificar de nefasta, y no puede conducirnos a ningún otro lugar que no sea el del confinamiento; como aquel que vivimos en marzo u otro con limitaciones similares.
Pero, en realidad, lo que está sucediendo con respecto a la pandemia lo hubiera podido pronosticar cualquiera. Incluso Fernando Simón. De hecho, lo advirtieron todos los expertos antes de la Nochebuena. Pero ha dado igual: ya estamos peor que nunca, y aún no se avista el final de este terrible crescendo.
En el período navideño nos lo hemos pasado “demasiado bien” ironizó, con escaso tacto, precisamente Fernando Simón hace poco. El tipo tiene su punto, lo reconozco. Entiendo que su voz, su manera de comunicar, su aspecto de abuelo sensible y compasivo seduzca a algunos.
Pero desde que el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias dijo aquello sobre la nula incidencia que tendría el coronavirus en España yo, la verdad, no creo mucho en él, llámenme loco. Ahora declara que ya estamos en la cresta de esta tercera ola, pero quién se atreve a creerlo.
La semana que nos ha llevado a esta pésima situación la vivimos rodeados de blanco. Al principio resultó sorprendente y, hasta un punto, también entretenido. Nadie recuerda una nevada de semejante magnitud. Pero una semana y pico después algunas ciudades seguían, dolorosa y sobre todo asombrosamente, bañadas de un blanco sucio en buena parte de su recorrido.
Los ciudadanos de Madrid aún se preguntan: ¿Por qué no se retiró la nieve de las calles de la ciudad? ¿Por qué no se limpiaron las aceras del hielo que se acumulaba en muchas de ellas? ¿Por qué no se recogieron las ramas caídas de las avenidas?
No hacerlo ha significado que se haya acumulado la basura y otros residuos en muchas calles durante demasiados días. Peor que eso, incluso, es que ha provocado que numerosos vecinos hayan patinado sin pretenderlo y se hayan roto alguno de sus exigidos huesos. Estas caídas han sido tan frecuentes que las necesidades asistenciales han estado cerca de colapsar los servicios de traumatología de los hospitales.
Ahora que se nos abalanza el siguiente contraataque de la naturaleza, esta vez en forma de posibles inundaciones y con el nombre de Gaetan, genera toda la inquietud que la capital se muestre incapaz de combatir las cada vez más exageradas reacciones de nuestro medioambiente. ¿Qué pasara esta vez?
Nadie quitó la nieve de las calzadas ni el hielo en las aceras, al menos no suficientemente. Nadie con suficiente criterio pelea por nuestra salud, que se ve cada vez más comprometida por la inaudita falta de consenso entre las comunidades y el Gobierno nacional. Resulta insólito que Castilla y León quiera imponer medidas más restrictivas para intentar detener el avance del virus en su región y que el Gobierno de coalición actúe en contra. ¿Cómo es posible?
Sí: cómo son posibles tantas cosas estos días, habría que preguntarse. El coronavirus vino al mundo en un mercado de Wuhan, quizá a través de un pangolín; las nevadas y heladas excesivas las trajo, tal vez, la cólera de la naturaleza ante el maltrato permanente que sufre nuestro ecosistema; el debilitamiento de la posición de los humanos ante ambas circunstancias la trae, solamente, la insensatez e impericia de quienes nos gobiernan.