Hay muchas celebraciones a lo largo del año, y la pandemia. Cada una viene de su padre y de su madre, y no es de obligado cumplimiento rendirles pleitesía. Allá cada cual.
A la vuelta de la esquina está el 8-M, que ha ostentado distintos nombres a través de de los tiempos. Quizás el más usado fue el de la mujer trabajadora, hoy en desuso. Ahora se le llama 8-M y su celebración es ambigua. Algunos incluso se han atrevido a decir que es la no celebración, pero el runrún ya ha llegado a las calles y no hay quien lo pare. Habrá que preguntárselo a Fernando Simón, a ver qué le aconseja su pálpito.
La ministra de Sanidad, Carolina Darias, de la que tanto se valora su sensatez, ha sugerido que este año nos abstengamos de salir a la calle, pero una cosa es la sugerencia y otra la imposición. Demos por hecho que habrá manifa, ya sea con menos de quinientos asistentes o con más de mil.
Los informativos ya vienen cargados de imágenes que dan miedo. Yo no tengo por costumbre ir a las manifas precisamente por el miedo que me dan, pero no resistiré la tentación de echarles un vistazo. Entre la multitud de mujeres no cabrá un alfiler, pero gracias a Dios y a la claustrofobia, yo no estaré entre ellas.
No se me ha borrado el recuerdo del año pasado, con la cabecera de la manifestación dando botes y luciendo consignas sioux como los tíos cuando van a los partidos del Madrid. Visto a través de la tele, el lugar me recordaba a la Plaza del Consistorio de Pamplona, donde arranca el chupinazo y mozos y mozas se restriegan entre sí acunados por los vapores etílicos. Aquello era un desmadre. Sin embargo, a las 24 horas, las chicas de la igualdad empezaron a caer como moscas.
En esos días, yo me afanaba por defender a Fernando Simón y mantenerme a salvo de mi mala conciencia. Este año, sin embargo, mascullo entre dientes “ya se defenderá él solito”. Y en esas estamos.
Como dicen los chistosos de las redes sociales, "sería buena idea celebrar los Sanfermines, las Fallas, la Semana Santa y la Navidad el 8-M".
Ese día nunca pasa nada.