En mi ciudad tenemos un alcalde que cuenta árboles. José Hila se llama. Del mismo partido que Rodríguez Zapatero, contador de nubes.
Hasta un aparato ha puesto (seis mil euros nos ha costado) en la mayor plaza de ciudad, para que le avise cuando consiga plantar diez mil. Porque es su compromiso, su sueño, su ejercicio de transparencia. #PalmaSostenible
Podría contar empresarios y autónomos en quiebra a los que implacable, sigue cobrando impuestos y tasas municipales. Quizás tiendas cerradas para siempre, bares y restaurantes que se traspasan o escaparates ciegos.
O podría contar los que hacen cola para recoger alimentos, ropa o lo que necesiten, en la iglesia de los Capuchinos, a escasos tres metros de la plaza en la que ha colocado su contador.
Pero no. Al alcalde de mi ciudad le preocupa sólo lo importante. Y no sólo contar árboles. Cambiar nombres de calles, también.
Almirante Churruca, Almirante Gravina, Almirante Cervera, Toledo, Castillo de Olite, Alfambra, Brunete, José de Oleza, Juan March, Obispo Planas, Canonge Antoni Sancho y Gabriel Rabassa. “Doce calles de Palma de origen franquista”, nada menos.
Ya escribí sobre ello en un periódico local en julio del año pasado, cuando era sólo una propuesta podemita en el pleno del Ayuntamiento de Palma. En esta se exigía que “las 17 calles que aún quedan en Palma dedicadas a fascistas se renombren con los nombres de mujeres feministas que hicieron grandes cosas por la ciudad”.
(Les adelanto que, exceptuando a la paleontóloga Dorotea Bate y a Clara Hammerl, el resto ostentaban como único mérito el hecho de haber sido represaliadas y compartir ideología con los proponentes).
De los diecisiete fascistas señalados por Podemos, nos quedan doce franquistas por depurar, de los cuales dos son ilustres marinos nacidos en el siglo XVIII, otro en el XIX, unas cuantas localidades españolas y otros personajes que, a falta de mayor merecimiento, estuvieron en el lado incorrecto de la historia y así figuran en el censo de simbología franquista.
El documento en cuestión fue elaborado por un historiador de trayectoria investigadora inexistente, a instancias del Gobierno autonómico y en cumplimiento de la Ley de memoria y reconocimiento democráticos de las Islas Baleares aprobada en 2018.
Hay que aclarar que si algo abunda en ese censo son las placas del Ministerio de la Vivienda de entonces por esa inocua costumbre de las autoridades franquistas de construir sin medida edificios de protección oficial.
En cuanto al nomenclátor franquista, el criterio de selección es confuso. En el caso de los personajes, básicamente, haber ocupado algún cargo de relevancia desde 1939 a 1975, haber sido complacientes con el Régimen, evocar acciones de guerra en las que la victoria cayó en el bando nacional o la mera sospecha del historiador en cuestión.
Por ejemplo, franquistas son unos vitrales del ayuntamiento de Artá “de simbología religiosa que, si bien en un primer momento puede parecer que no tienen ninguna relación con el bando fascista de la guerra civil o de la dictadura franquista, lo cierto es que formaban parte del conjunto de vitrales originales de los años 40” (sic).
De ahí el fascismo de los almirantes Cosme Damián Churruca, Federico Gravina o Pascual Cervera, que para el autor del censo no son marinos, sino el nombre de barcos de la armada sublevada.
Que en los tres casos los nombres reales de esos barcos no llevasen el título de almirante, o que el Churruca y el Gravina fuesen de la armada republicana, carece de importancia.
Más aún. Tal y como recoge el acta del Ayuntamiento de Palma fechada en el momento en que se dio nombre a esas calles, el criterio fue seguir la pauta de dar nombres con un determinado significado (de países, de flores, de literatos) para facilitar su ubicación en barriadas extramuros como era Son Armadans en aquel momento.
Y dado el carácter marinero del barrio, al Ayuntamiento le dio por poner nombres de marinos de relumbrón, incluido el Almirante Andrea Doria. Quien, a pesar de ser italiano, se ha librado de la purga fascista. Y no porque naciese en el siglo XV, sino sabe Dios por qué.
Así que ni barcos franquistas, ni tan siquiera barcos. Almirantes ilustres, sin más.
Pero no maten al pianista. El alcalde Hila sólo ha pecado de indigencia intelectual y falta de criterio (lo de los árboles debería darles alguna pista).
Imagínense que le ha quitado una calle a un tal Gabriel Rabassa, a quien él mismo, y tras glosar sus méritos, se la puso en 2008.