No conocemos la ideología de la manada de Manresa, ni la de su víctima. Ante un delito de agresión sexual lo relevante no es dónde milita cada cuál, sino quién es el agresor y quién la agredida. Las aristas adicionales de su identidad (raza, religión o ideología) quedan opacadas por el delito.
Si bien el delito de lesiones, tipificado en los artículos 147 y 148 del Código Penal, no es tan grave ni genera tanta alarma social como el de agresión sexual, conviene detenerse en por qué un partido de Gobierno justifica que se menoscabe la integridad corporal de ciertas personas sólo porque son de derechas.
El dilema fascismo-antifascismo, por mucha gracia que haga a los cómicos de la tele, encubre que la disyuntiva real es entre violentos y no-violentos. Urge que mantengamos una discusión, digamos, prepolítica, que defina los actos por lo que son y no por la militancia de los implicados.
Si a los antifascistas no les basta con ser demócratas es porque este término implica el rechazo a la violencia. Ser antifascista te concede la potestad de usar esa violencia y de decidir contra quién: ya saben que uno es libre de decidir su identidad de género, pero su ideología la decide Pablo Iglesias. Él determina quiénes son los fascistas y, por tanto, qué sangre está bien derramada. Porque la única razón de ser de la dicotomía fascismo-antifascismo es justificar la violencia.
Podemos vive en un estado de prevaricación moral desde su fundación. Es violencia que a una mujer le sirvan la Coca-Cola de su novio, pero no que a esa misma mujer le abran la cabeza con un adoquín, si es de derechas y el lanzador un antifascista.
El propio Iglesias ha sido incapaz de condenar las agresiones a la policía (compañeros, por cierto, de quienes le protegen a diario). Tiempo habrá para hablar de la cobardía, porque los fascistas de Vallecas no eran skinheads, ni Ultras Sur, sino niños que parecían salidos de la cola de Pachá.
Estos acontecimientos tienen la virtud de retratar la sociedad. Íñigo Errejón, tan preocupado por la salud mental de los españoles, parece desentenderse de su salud craneal. Otros, aunque menos sectarios, olvidan que lo urgente es desmarcarse de las pedradas, no de la ideología de quien las recibe.
No sé ustedes, pero yo nunca he escuchado a Iglesias decir: “Desde la discrepancia ideológica, condeno que torturaran a Lasa y Zabala”.
Estamos en el siglo XXI y me alucina tener que escribir una columna para recordar que apedrear a la gente no está bien. Por favor, seamos consecuentes. También los militantes de Vox tienen a derecho a volver a casa #solosyborrachos.