Desde aquel escrache a Rosa Díez en la Universidad Complutense hasta el acto de violencia de este miércoles 7 de abril en Vallecas contra Vox, pasando por otras muchas situaciones de este tenor (contra Ciudadanos el 8-M, etcétera), el podemismo busca amedrentar con el terror a su adversario político.
La táctica de apropiación de las instituciones públicas, desde la universidad hasta la calle misma, pasando por “los barrios” y por regiones enteras (Teresa Rodríguez decía que Vox no cabía en Andalucía), responde a esa arbitrariedad puramente ideológica y caprichosa con la que opera la ideología podemita.
No hay nada más despótico, dogmático y autoritario que el relativismo. Cuando alguien se cree autorizado para afirmar, como los ideólogos del planeta Podemos, que es posible afirmar una cosa y su contraria en la misma frase con tal de que el antifascismo y el no pasarán se abran paso, entonces se cree autorizado para realizar cualquier cosa.
Cuando alguien es capaz de sacrificar la lógica a la ideología tiene las puertas abiertas para desplegar su voluntad a capricho, creyendo que su acción está siempre legitimada. En este caso, inspirada por el antifascismo. Todo vale contra el fascismo. Y como quiera que el fascismo es lo opuesto al antifascismo, cualquier cosa que se oponga al antifascismo, por doble negación, es fascismo.
Así que el fascismo es todo lo que no es antifascismo.
Como quiera, igualmente, que el podemismo es el genuino antifascismo, todo lo que se oponga al podemismo es fascismo. No se puede ser ideológicamente algo distinto del podemismo sin ser culpable. Así que, en resolución, todos fascistas.
Y contra el fascismo todo está permitido. La lucha contra el fascismo es como aquella prueba de lucha olímpica griega, el pancracio, en la que todo valía con tal de tumbar al adversario.
De esta manera, el podemismo se apropia de todas las instituciones públicas, como si fueran suyas, o de quien a ellos más les convenga, para, a continuación, considerar que nadie puede entrar en ellos si no es con la autorización o salvoconducto del podemismo.
Así, este miércoles 7 de abril, PSOE, Más Madrid y Podemos de Vallecas firmaron un comunicado en el que afirmaban que Vallecas es suyo (“barrio históricamente antifascista”) y en el que, a pesar de afirmar que la presencia de Vox allí era una provocación, pedían a los vecinos que no respondieran a ella.
O sea, decían que iba a entrar el mismísimo demonio en Vallecas, pero que no entrasen al trapo de sus tentaciones (provocaciones) para no darle publicidad.
Dicho de otro modo: el demonio merece un linchamiento, pero yo no puedo decir que lo linchéis (y es que, además, es tan perverso el demonio que eso es lo que busca, propaganda de su linchamiento).
Claro, los más fieles podemitas, esto es, los más fanáticos, lejos de ignorar el paso del demonio por el barrio, fueron a por él. Y es que, como sugirió Juan Carlos Monedero en un tuit, había que desinfectar las calles de Vallecas con lejía, al paso de Vox, y allí que fueron a ello los más iluminados.
Esto es Podemos, un partido completamente incapaz en sus tareas de cogobierno (una incapacidad que Pablo Iglesias disfrazó de inviabilidad cuando afirmó, desde la vicepresidencia, que carecía de poder), que sólo levanta la voz desde su atrincheramiento ideológico, y con una sola cosa que ofrecer a la sociedad española: el guerracivilismo. O eres de los míos, o te liquido porque no tienes derecho a la existencia.
Hay que decir que un barrio no es, por supuesto, de un partido político (que es una entidad privada, por cierto). Tampoco de los votantes. Y ni siquiera es de los vecinos. Un barrio, así Vallecas o el barrio de Salamanca, es un lugar público. Es decir, de propiedad común, y al que cualquiera puede acceder.
Podemos, ahora que está en horas bajas, es capaz de montar una guerra civil con tal de que le voten (como decía Unamuno de Azaña). “Hay que tensionar”, decía el lamentable Zapatero. Apreteu, en romance plurinacional.
Insulta, golpea, mata, que contra el fascismo todo está permitido.