“El amor de la Patria particular, en vez de ser útil a la República, le es por muchos capítulos nocivo: ya porque induce alguna división en los ánimos que debieran estar recíprocamente unidos, para hacer más firme, y constante la sociedad común; ya porque es un incentivo de guerras civiles, y de revueltas contra el Soberano, siempre que considerándose agraviada alguna Provincia, juzgan los individuos de ella, que es obligación superior a todos los demás respetos el desagravio de la Patria ofendida. Ya en fin porque es un grande estorbo a la recta administración de Justicia en todo género de clases, y ministerios” (Benito Jerónimo Feijoo Teatro crítico universal, Tomo III, Discurso X, Amor de la Patria, y pasión nacional).
Esto decía Feijoo (el bueno) en su monumental y enciclopédico Teatro Crítico a propósito del amor a la patria chica, es decir, a la región (“patria particular” dice él). Es nocivo, ya advertía, para la República, es decir, para la Patria grande, para el Estado soberano.
No pudo ver Feijoo, por suerte para él, y tras no hacerle ningún caso a su advertencia, en lo que ha llegado a convertirse España como consecuencia de ese “amor a la Patria particular”. El nacionalregionalismo está actuando en España como ese “viejo topo” del que hablaba Karl Marx, horadando el cuerpo social español, a base de división interna.
Miguel de Unamuno, en esta misma línea de Feijoo (el bueno), tituló uno de sus artículos con el acrónimo de U.N.E. Unión Nacional de Españoles, nombre pensado, no sin cierta ironía, para enfrentarlo a la UGT, pero que, entendía Unamuno, era lo que verdaderamente necesitaba España frente a un separatismo al que nunca dudó enfrentarse con toda claridad.
Lo planteaba Unamuno como partido político para tratar de neutralizar lo que el mismo Unamuno llamó “noluntad nacional”. Esa falta de pulso que tenía España (y del que sigue careciendo), al ser una idea de la que reniegan muchos de sus hijos.
Pues bien, en esta estela, creo que no sería labor perdida la de un partido que, en efecto, plantease a la sociedad española, como programa político suyo, el siguiente fin.
Si los presupuestos dedicados a alimentar el suflé identitario y los hechos diferenciales que lo que hacen es dividir a la sociedad española (y destruir a la nación política) se dirigieran a incentivar a la nación biológica y a promover la conciliación laboral y familiar de los españoles (frente a la precariedad laboral), quizás España podría despertar de este letargo y parar la acción nociva, devastadora, de ese viejo topo.
Es decir, y lo planteo así, en plan proyectista o arbitrista del siglo XVIII. Todo el presupuesto que el Estado destina al cultivo de la “pasión nacional” de las patrias chicas (incluyendo la promoción de las lenguas regionales), redirigirlo para amortiguar los efectos virulentos en la economía española de la Covid-19 (cuatro millones de parados, 120% de deuda), y promover la natalidad, esto es, el crecimiento natural de la población española, para tratar de salir del invierno demográfico.
U.N.E., de unión, claro, de unir. Para empezar, de poder hacer que los españoles se unan en el lecho, que es, realmente, en donde se hace (connubium) la nación.
En definitiva, dejar de alimentar a la bestia separatista, que está amenazando a la nación política, para promover la nación biológica y superar el invierno demográfico. U.N.E. es la solución.