En la que quizá sea su última ocurrencia, Sinéad O’Connor cuenta con sumo detalle en su autobiografía el maltrato al que le sometía su madre. La cantante irlandesa, tan conocida por sus comportamientos excéntricos como por su maravillosa versión del Nothing compares 2U de Prince, recuerda con claridad su inestable y electrizante pasado en su temerario Remembranzas (Libros del Kultrum, 2021).
Es curioso cómo figuras importantes de la música narran, en los tiempos finales de su período de mayor presencia en el imaginario colectivo, sus vidas, y lo hacen sin apenas obstáculos. Como si contar lo que pasó incorporara en la propia narración el correctivo o la penitencia correspondientes.
Phil Collins, en su maravillosa Aún no estoy muerto (Aguilar, 2016), muestra sin la menor autocompasión su gran catálogo de imperfecciones, desde su adicción al alcohol (se bebía entero el minibar de su habitación de hotel) hasta sus miedos en sus inicios como cantante de Génesis. O, a modo de mayor castigo aún, cuando en el Live Aid de 1985 erró en una nota al piano “como si fuera un vulgar principiante” y ese fallo le persiguió toda la vida…
Bruce Springsteen, en su portentosa Born to Run (Random House, 2016), tampoco se apiada de sí mismo y cuenta sus numerosos problemas con su padre, o cómo le rechazaron en una audición como guitarrista porque no era lo suficientemente bueno. O, en un acto de suma valentía, que no podía parar de llorar durante horas, a veces, si la depresión le atenazaba de forma especial.
Sinéad, que inmortalizó su osadía al romper una foto del Papa Juan Pablo II en directo en televisión, revela con nitidez desde cómo le pegaba su madre en sus zonas más sensibles con el palo de una escoba, tras obligarla a desnudarse y a tumbarse en el suelo, hasta su conocido y asfixiante encuentro con el genio de Minneapolis, al que acusó de haberla acosado. Prince había invitado a la irlandesa a su mansión de Hollywood para celebrar el éxito de la canción que él compuso y que ella popularizó en todo el mundo.
Los últimos años han sido, como gran parte de su vida, tremendamente convulsos para la artista, que en este último período se ha cambiado de nombre dos veces. En 2017 se mudó a Magda David, y en 2018, tras convertirse al islam, eligió Shuhada’ Davitt. No sólo al respecto de cómo llamarse o en qué creer ha tenido vacilaciones la irlandesa, ni mucho menos. En estos últimos tiempos su situación emocional ha sido tan desesperante que ha necesitado ayuda urgente, y de largos períodos, en clínicas mentales.
O’Connor ha necesitado a especialistas para hallar cierta paz en su vida, sin que esté aún claro, a pocos meses de retirarse para siempre, que lo haya conseguido. Pero ella también ha otorgado alguna, porque la música, y ella es responsable de notables composiciones e interpretaciones, ayuda de forma extraordinaria a quienes se encuentran en dificultades emocionales.
La relación entre la música y la sanación fluye intensa. Una vez que una melodía alcanza al cerebro, reduce la tensión, relaja los latidos del corazón y aumenta la secreción de endorfinas. La combinación correcta de notas aprieta el botón de la relajación natural del organismo.
Sí, la música ayuda a enfrentarnos a las inconveniencias de los contextos que nos rodean, que con alguna frecuencia huyen de la amabilidad. Uno de los músicos urbanos más conocidos, J Balvin, se eleva por encima de ese concepto y afirma, orgulloso, que “salvamos más vidas que cualquier psiquiatra”. El príncipe del reguetón, como en ocasiones llaman al colombiano, sabe de qué habla porque él también ha tenido numerosos problemas relacionados con la ansiedad y la depresión.
Oliver Sacks, el gran neurólogo británico, estudió el fenómeno de la musicofilia, y descubrió que los humanos somos una especie “tan lingüística como musical”. En su opinión, la música es un factor indispensable para crear la identidad humana.
La música forma parte de nuestras vidas. No es mejor haber tenido una infancia atroz para componer, pero sin duda aporta alguna historia que otra. Al final de su autobiografía, Sinéad exculpa a su madre. Puede que esa sí sea su última extravagancia.