Al menos, ilusión. Eso es lo que debería esperarse de nuestra selección de fútbol. Ojalá que jugara bien. Que ganara partidos. Que la respetaran los rivales. Que se hubiera ganado la admiración de los aficionados. Nada de eso sucede, sin embargo. Pero, al menos, exijamos que ilusione. Como mínimo, que ofrezca alguna expectativa. Que brinde a un país cansado, lastimado, una minúscula esperanza.
Esto tampoco ocurre. Todo este último tiempo la pandemia ha causado estragos, rompiendo familias y menguando vidas. Ahora la situación no es tan caótica como fue, por fortuna. Pero, mientras esperamos la predominancia (en menos de un mes) de la variante india y sus consecuencias, se perciben la extenuación y el desaliento de buena parte de los españoles, castigados por un virus invisible y perseverante.
Por eso, en estos tiempos de extrema dificultad, una selección que sedujera a la población sería especialmente bienvenida. Y que esa seducción llegara, si no es por los goles, si no es por el juego, al menos sí por el talante. Por actitud, que para eso no hace falta el talento.
No pedimos la inteligencia de Butragueño. Ni los centros desde la banda de Míchel; tampoco la visión de Xavi o el último pase de Iniesta; en ningún caso pretendemos la astucia de Raúl en el área, o la seguridad de Casillas bajo los palos. Pero sí aspiramos a la furia de Ramos, el arrojo de Puyol o la entrega de Fernando Torres.
También queremos el compromiso de Camacho, como jugador o como entrenador, o la estrategia y la sobriedad de Del Bosque. Luis Enrique no tiene nada de eso, y su carácter no es, precisamente, el más atractivo. Además, su discutible animadversión hacia el Real Madrid, que no tiene ningún jugador disputando la Eurocopa a pesar de ser segundo en la Liga y único semifinalista en Champions, no parece una gran idea.
Los jugadores, que carecen de líder, tampoco hacen mucho por ganarse el cariño de los aficionados. En este sentido, poco ayuda el vídeo viral que muestra a la gran mayoría de ellos ignorando a los seguidores que los aplaudían y animaban cuando salían de un hotel en Sevilla.
Claro que que el presidente de la RFEF tampoco es un hombre que genere muchas alegrías. Luis Rubiales echó de mala manera a Lopetegui a tres días del Mundial de Rusia, y la selección hizo el ridículo. Hoy no estamos lejos de un varapalo similar, y eso que nuestros rivales, Suecia, Polonia y Eslovaquia, tampoco parecen feroces.
Pero, por encima del éxito deportivo, queremos una selección que enamore a la gente; o que, al menos, los ciudadanos la sientan como su selección. Podemos ganar o perder, pero nunca deberíamos dejar de tener un combinado nacional que genere empatía y complicidad.
No queremos una selección rándom. En tiempos de embarazosos indultos o segundo procés, con la escasa tregua de la pandemia y la economía aún por relanzarse, estaría especialmente bien contar con una España futbolística que sirviera de nexo en un país un tanto atormentado que necesita, precisamente, ilusión.