En Madrid, la comunidad cubana ha salido a la calle para pedirle a Pedro Sánchez que comprenda que Cuba es una dictadura, que no hay otra manera de calificarla, y ha pedido al presidente que no abandone, en estos momentos críticos, a los cubanos.
En la isla se han celebrado este fin de semana dos decenas de juicios contra al menos 59 manifestantes. Muchos de ellos han recibido penas de hasta un año de cárcel, y existen muchas dudas sobre la capacidad de defensa que han tenido en los tribunales.
Si un Estado te condena a prisión por reclamar en la calle la conversión del sistema en el que vives al de un Estado demócrata, ¿cómo se califica al Gobierno que dirige ese país?
Las dudas de Sánchez respecto de cómo considerar al régimen cubano, indudablemente, crispan a quienes han tenido que dejar la isla e instalarse en Miami o en Madrid, o en cualquier otro lugar del mundo, para poder seguir con sus vidas. También, a los millones de cubanos que pasan penurias bajo el sistema comunista cubano. Y no es para menos.
Las jornadas del 11 y 12 de julio pudieron hacer historia, pero no la harán. Se convertirán en un esbozo, en una ilusión. En nada. Ahora, una vez desactivadas las protestas, llega la represión. El fotógrafo Anyelo Troya, que ha fotografiado a la disidencia local en numerosas ocasiones, estuvo en la cárcel (ahora en arresto domiciliario), como el artista plástico Hamlet Lavastida y tantos otros. ¿Cuántos? Nadie lo sabe, la cifra de detenidos continúa siendo un misterio. Como lo es, también, qué hacen los ejecutores de la represión con los detenidos en las cárceles.
“La libertad es lo más bonito que hay” solía decir mi madre. Quizá lo expresaba tan menudo porque la suya se la quitaron con 21 años, cuando no tuvo más remedio que huir de la isla que ya era de los Castro. Siempre se mantuvo cercana a ese criterio, defendiendo que hacer y decir lo que quieras es una de las grandes capacidades irrenunciables del ser humano. Después de la libertad, solía decir, lo segundo más trascendente es “la educación, porque, al revés que todo lo demás, no te la pueden quitar”. A ella, cuando salió de La Habana en medio de los gritos de “gusanos” que escuchaban quienes abandonaban el país, le quitaron prácticamente todo lo que llevaba; su educación, después de tres años de esfuerzos en Jamaica, se mantuvo intacta.
La lucha de los que quieren no tanto derrocar al régimen, no tanto hacerles pagar por todo lo que han hecho, no tanto vengarse de las afrentas, sino fundamentalmente vivir en paz y en libertad, con al menos la voluntad de alcanzar cierta prosperidad, la siento, de algún modo, como mía. Y creo que el Estado español, con tanta historia detrás relacionada con la isla, por un lado, y con tanta presencia en la Cuba actual, por otro, debería ver esa lucha para reconvertir el régimen en uno digno como un valor a respaldar.
“Patria o muerte”, gritaba Fidel al final de muchos de sus discursos. “Patria y vida” cantan ahora Gente de Zona, Descemer Bueno y Yotuel Romero. La banda sonora de este último tramo de protestas contiene un mensaje preciso y elocuente: “Mi pueblo pide libertad / no más doctrinas / ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida / y empezar a construir lo que soñamos / lo que destruyeron con sus manos”.
Silvio Rodríguez, el mayor de los trovadores cubanos y uno de los músicos más influyentes en habla hispana, alejándose de su posición habitual que suele enaltecer la revolución, ha pedido amnistía para los presos “que no fueron violentos”. Pablo Milanés, otro de los músicos cubanos más grandes y con mayor influencia, apoya la protesta y suscribe la necesidad de cambios en la isla.
El cambio en Cuba resulta imprescindible tras 62 años bajo la bota asfixiante de un régimen opresor. El Estado español no puede ausentarse del conflicto ni debe, tampoco, equivocarse de aliado: el pueblo cubano.