Desvanecido el eco de los Juegos Olímpicos, flota en el ambiente un regusto amargo que se resiste a desaparecer. Son los restos de la polémica, el breve aullido de la noche deslizándose sobre el aura violeta del amanecer, y siempre los silencios acunados en el estadio vacío, como si la Covid nunca hubiera existido.
En los países que alguna vez han corrido con la responsabilidad de organizar unos Juegos Olímpicos, el día después es terrible. Se oxidan las estructuras, las ratas corretean por los espacios vacíos, se atascan las alcantarillas, y todo así. En su día, China fue un caso excepcional. Allí, buena parte de las edificaciones eran desmontables. En cuanto al gigantesco Estadio Olímpico, se convirtió en un multicentro, una especie de gran centro comercial americano, pero a lo bestia.
El estadio de Tokio nació vacío y murió vacío. Entre medias solo hubo silencio. Los únicos que tenían licencia para existir eran los atletas. No hemos necesitado ser aficionados al deporte para conocer los nombres de Saúl Craviotto, Mireia Belmonte, Pau Gasol, Pedri, Sandra Sánchez, Alberto Ginés, Mohamed Katir, Unai Simón, Ana Peleteiro, etcétera.
Todo lo que ha sucedido en el ámbito de los juegos ha estado sujeto a polémica. La más agria corrió por cuenta de la Covid, que despegó en los primeros meses de 2020 y que todavía anda dándole a la matraca. Los japoneses han sido polemistas implacables. Desde que la pandemia se asentó no dejaron de protestar pidiendo que se suspendieran los juegos y que los extranjeros salieran por pies del país. Un poco más y lo logran.
A mí, la polémica que más me ha soliviantado ha sido la relativa a las normas internacionales de determinados deportes femeninos, léase el balonmano playa y, en especial, el voley playa. El carácter obligatorio del uniforme convierte la norma en sexista y bochornosa. Este año, un equipo noruego se negó a pasar por el aro y la organización lo multó. Hay que llevar el estómago al aire y la braga del bikini, en la parte más ancha, debe alcanzar los 10 centímetros. Por lo que se refiere a los uniformes masculinos, ellos pueden llevar el pantalón más holgado. Hay que joderse.