No sabes ya si el último escándalo está en los papeles de Manglano, en los de Pandora o en los rollos de Qumrán.
Si los titulares en los que se mezclan guerra sucia, pagos en metálico, espías, ministros y exministros y un rey en el autoexilio son de verdad o cualquier día de estos saldrá un actor haciendo de portavoz de la Casa Blanca a desmentirlo todo.
Modelos, mafiosos, políticos, cantantes, oligarcas rusos. Visto lo visto, parece que lo único que ha quedado en la caja de Pandora, una vez abierta, no es, como dice la mitología griega, la esperanza, sino el único de la lista Forbes que paga sus impuestos.
Quizás podríamos mezclar unos papeles con otros a ver qué sale: espías que no tributan al fisco, entrenadores de fútbol que vigilan al prójimo, directores de cine que reciben dinero de los fondos reservados o cantantes que suspiran por matar a directores de periódicos.
Nos va a dar igual, porque en esta cacofonía escandalosa de nombres y titulares, de corrupción y mentiras, hemos perdido ya el interés. Puede que ese fuera el plan. Seguramente.
De hecho, ya sólo nos preocupa lo que nos concierne muy, muy directamente, y como ocurre en las democracias que se diluyen y en los países que se empobrecen, eso empieza a ser cada vez menos.
La vivienda, la luz, el trabajo, un sueldo, salir a la calle sin miedo, poco más. ¡Ah! Y la libertad.
Y mientras unos circulan por una autopista en la que no existen más reglas que intentar no chocar demasiado entre ellos (y que no haya sangre), corre paralela una carretera nacional, de firme defectuoso y llena de señales de prohibido, por la que circulamos el resto.
Bono social, bono vivienda, anuncios tan vacíos como altisonantes que esconden el desinterés y la displicencia del que está seguro de que nunca va a necesitar nada de eso. Y también el cinismo del que sabe que ni puede cumplir esas promesas, ni piensa hacerlo.
Porque no hay dinero y el crédito se acaba. Pero si no, habrá toda una maraña de burocracia o de letra pequeña preparada para disuadir a quien necesite cualquiera de esas ayudas, a no ser que se trate de un profesional del subsidio.
Según el INE, hoy en España, 12’5 millones de personas están en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Más del 40% de los jóvenes están desempleados, por no hablar de eso que llaman paro de larga duración y que ha dejado a la intemperie, sobre todo, a los mayores de 50 años.
Sumémosle la pobreza energética, que ya no es cosa de pocos, sino de una mayoría, y más lo será cuando nos llegué el invierno inclemente.
Bonos, subsidios, intervenir el mercado del alquiler, empobrecer al que saca la cabeza, disuadir al que se autoemplea a falta de algo mejor, subir impuestos, crujir al empleador, empobrecer al empleado, sacarlo del mercado de trabajo. Esas son las alternativas que ofrecen los que circulan por esa autopista sin peajes. Los del Gobierno y todos los que le apoyan.
Miseria y ruina. Y toda una orgía legislativa con la que ordenarnos y complicarnos la vida, propia de desocupados con tanto tiempo libre como ganas de mandar.
Y como nos ocurre con la confusión entre los papeles de Pandora y los de Manglano, ya no sabemos si a partir de ahora estará prohibido echar miradas impúdicas a las ocas y a los patos, comernos su hígado o ponerlo en alquiler.