“¡Correcto!”. Se escucha mucho en las tertulias deportivas, también en las políticas. Igualmente, en las reuniones de trabajo. Incluso en las meras conversaciones privadas entre dos personas. La palabra brota por todas partes, como las setas en octubre.
Alguien está formulando una proposición, desarrollando un argumento, haciendo un razonamiento. Y otro, a su lado, le va dando el visto bueno, le dice que hasta ahí va bien: ¡Correcto!
Es, desde luego, una manera de manifestar el acuerdo con lo dicho por quien habla. Pero es más que eso, quieras que no es una forma de sancionar positivamente lo que el otro acaba de decir, como si quien refrenda como correcto lo expresado por el otro estuviera en situación de superior conocimiento, como si tuviera la licencia, la capacidad y la autoridad de dar por bueno, por justo, por competente y por verdadero lo que el otro propone, afirma o razona.
Es este un matiz importante. Si bien se mira, el uso y, sobre todo, el abuso de lo que ya se ha convertido en un nuevo tic de nuestro lenguaje coloquial coloca a quien recibe la aprobación en la molesta situación de haber superado un examen al que no se había presentado y ante quien no ha reconocido expresamente ni como examinador ni como juez.
Vale, OK, de acuerdo. Son estas expresiones que conciernen más exclusivamente a quien las emite, que de este modo muestra su conformidad, pero sin poner tanto el acento en validar desde una altura presuntamente más elevada la idoneidad de lo que uno acaba de decir.
“Afirmativo”. Hace unos años estuvo de moda, más que ahora, este adjetivo, de sentido parecido, pero distinto. También se usaba mucho su antónimo, “negativo”, palabras que, en realidad, sustituían con cierto engolamiento retórico a un simple sí o a un simple no como respuesta.
“¡Total!”. He observado que los jóvenes, sobre todo, emplean mucho esta expresión, que es sencillamente confirmativa de algo, de un juicio calificativo que su interlocutor ha manifestado. Ese “total” es aquiescente, sí, pero con el grado semántico de transmitir un cierto entusiasmo por lo que el otro ha dicho. Es empático y simpático. Y contiene un poco de alegría hiperbólica, que nunca viene mal.
Correcto, correcto, correcto… Esto de escuchar a toda hora y de seguido (en las tertulias mediáticas, sobre todo, ya digo) ese latiguillo es un tostón. Y es un doble tostón porque, además de colar un gesto de autoridad que no viene a cuento, entromete en la conversación el recuerdo de las reglas, de la perfección, de lo irreprochable.
Me pregunto, y a eso quería llegar, si esta afloración abundante y fatigosa del adjetivo correcto no tendrá que ver, pese a su utilización en apariencia banal, con esta época de sobreactuación moralista y reglamentista que hasta la saciedad ya hemos definido como de pugna entre la corrección y la incorrección políticas, con tribunales improvisados que dictan sus sentencias hasta debajo de las piedras. Va ganando lo correcto, ¿no? ¡Correcto!