El mes de diciembre se avecina caliente, y no gracias al tiempo ni a la calefacción que no podremos pagar.
El abismo entre clases que existe en España (la de los que recaudan y no hacen nada y la de los que pagan y soportan la economía del país) se está convirtiendo en una sima abisal.
Impuestos ha habido siempre, también infiernos fiscales, pero la sensación de que existe una casta extractiva, ociosa e inútil como la de ahora, nunca la habíamos tenido así.
Por ejemplo, mientras se llora por la España vaciada se recomienda la “alimentación de kilómetro 0” y se pinta un agro de égloga y novela pastoril. La gente del campo no puede más.
La fiesta de las cumbres del clima, de la perspectiva medioambiental y de todos los eslóganes de gente que en la naturaleza sólo ve una postal; en un huerto, un jardín ordenado; y en una gallina, una mascota con plumas; lo están pagando los que se pasan la vida mirando a la tierra o al cielo con temor y sin otra certidumbre que los impuestos y las facturas (cada vez más altos) que les toca pagar para producir.
Y si no es la gente del campo, son los transportistas, los peluqueros, la hostelería, las agencias de viajes, los floristas, los libreros o cualquier otro sector en el que, a la postre, lo que prima es el autoempleo y las pequeñas (pequeñísimas, así como de a dos o tres empleados) y las medianas empresas. Y eso sólo las que sobrevivan a los ERTE, a los costes salariales crecientes y a la fiebre del oro emprendida por el Gobierno en los Presupuestos Generales y a la que llaman responsabilidad fiscal.
No, no podemos más. Si hablo de clase extractiva, ociosa e inútil es porque no hay otro nombre para los que, mientras sectores económicos enteros agonizan y mientras (ahora sí) hay que elegir entre encender la calefacción o llenar el carro de la compra, parecen tener como única ocupación demoler el edificio constitucional y enredarnos en polémicas bizantinas que nosotros (nosotros, el pueblo) hace tiempo que, sólo con sentido común, ya resolvimos.
¿Maniobra de distracción? Podría pensarse que sí, que mientras debatimos sobre esto o aquello de la Ley de Amnistía o de la de Memoria Democrática, y se vuelve a utilizar el comodín de Franco, nos vamos a olvidar de nuestra situación actual. Pero me temo que no nos es posible.
Y aunque así fuera, aunque sólo se tratase de una cortina de humo, el hecho es que una vez se ha iniciado esa demolición y una vez se ha comprobado que pueden conculcarse derechos fundamentales y que no pasa nada, no hay vuelta atrás.
Porque lo que de la Constitución ya no sea más que papel mojado, los cimientos del Estado de derecho que se hayan destruido o las instituciones que se estén debilitando sin tregua, todo eso quedará así hasta el siguiente asalto.
Cortina de humo o no, maniobra de distracción o no, lo cierto es que mientras no se nos evita una sola estrechez, la piqueta de los enemigos de España no da abasto para tanto por demoler.
Y al frente, liderando la cuadrilla, esa gente ignorante, resentida y frívola que no sabe distinguir una dictadura cuando la tiene delante (Cuba, por ejemplo) y que, a falta de prosperidad y empleo para el pueblo que les mantiene, insiste en rescribir la historia y en enfrentar a los vivos en nombre de los muertos.
Un diciembre caliente. Sobran los motivos.