Quién iba a suponer que el punto de quiebra de todas las ideologías, ese en el que todas las ecuaciones de la física política producen resultados aberrantes, era Novak Djokovic.
El tenista serbio, tan buen jugador como frescales, ha visto cómo el Gobierno australiano le negaba la entrada en el país por no estar vacunado contra la Covid. "Pa'chulo mi pirulo" ha dicho Djokovic, que ha aguantado el tirón, a lo que el Gobierno australiano ha contestado, como Kiko Veneno y C. Tangana en la canción Los tontos, "con las mismas que has venido te puedes ir yendo, que hasta los tontos tenemos tope".
Y ahí es donde medio mundo ha colapsado como un bug de videojuego.
Los partidarios de las fronteras duras se han visto defendiendo el derecho de Djokovic a entrar libremente en el país que le dé la gana porque la libre circulación de las personas y bla, blu, bla.
Los partidarios de la igualdad han exigido una bula estrictamente feudal para un tenista multimillonario.
Los templarios de la responsabilidad individual se han visto defendiendo la idea de que Novak Djokovic no debe asumir las consecuencias de sus actos, sino disponer del privilegio de la irresponsabilidad del que disfrutan los niños.
Los partidarios de que decenas de miles de inmigrantes ilegales entren cada año en España sin mayor requisito que estar vivos se han indignado por la insistencia de Djokovic en entrar en un país donde no le quieren.
Los que han negado el derecho de Hungría y Polonia a adoptar sus propias decisiones en materias de especial relevancia para su Gobierno han defendido el de Australia a hacer exactamente eso mismo contra los negacionistas de las vacunas.
Por supuesto, todo esto es lo de menos. La típica batalla entre positivistas ("las reglas se deben cumplir gusten o no") y naturalistas ("existe un derecho natural superior que legitima desobedecer aquellas reglas injustas que lo contradigan") que los realistas nos miramos con el cubo de palomitas en las manos.
Lo único que importa aquí es que Djokovic ha decidido libremente no vacunarse y que el Gobierno australiano, que ha defendido durante la pandemia una estrategia de Covid cero, ha decidido, también libremente y tras ser votado de forma mayoritaria por sus ciudadanos en unas elecciones democráticas, no dejarle entrar en el país.
Si la medida es más o menos absurda desde el punto de vista sanitario no tiene la menor relevancia. Lo que importa aquí es que una autoridad legítimamente habilitada para ello ha decidido imponer un criterio de admisión, que Djokovic no lo ha cumplido y que el que tiene la fuerza para imponer su punto de vista al otro es el primero.
Así que ajo y agua porque así funciona el mundo. Incluida la parte en que el Gobierno australiano le concede una exención a Djokovic y luego se la retira, con este en pleno vuelo, probablemente por temor al posible escándalo mediático posterior. ¿A estas alturas de la vida descubrimos que el Leviatán estatal es caprichoso, arbitrario y felón?
Ni Djokovic es un héroe de la libertad ni Australia es la campeona del Estado de derecho positivista e igualitario. Djokovic es sólo un millonario con el dinero suficiente como para permitirse el lujo de pasarse las reglas por el forro enfrentado a un Gobierno que ha tomado las mismas decisiones arbitrarias que toman todos los Gobiernos en cualquier otro terreno sobre el que puedan imponer su voluntad. Una conjura de necios.