Contra todo pronóstico, ganó Chanel el Benidorm Fest y, por lo tanto, será la representante en Turín. Ni la teta de cinco metros (que recordaba inevitablemente a aquella otra asesina de Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar), ni la turra que nos han dado con Rigoberta Bandini, ni el empeño por elevar a categoría de himno una canción con una letra tan profunda y literariamente valiosa (y mucho menos pegadiza) como la sintonía de Mercadona, han servido para convencer.
Por supuesto, enseguida fue trending topic la palabra "tongo" en Twitter, porque Twitter es ese lugar donde la justicia es que pase lo que a ti te apetece y, todo lo demás, es caos y desolación.
El caso es que ha ganado Chanel, que yo no sabía quién era, con una canción muy Jennifer López, muy “mira, papi, lo que traigo”. Me puedo imaginar perfectamente a los de la teta de la Bandini desquiciados porque, fíjate tú, gana la de la mujer cosificada en lugar de la que la quiere descosificar. Me hubiese encantado ver la cara que se le quedaba a Jordi Évole, ese follonero devenido en periodista, que daba casi por seguro que el duelo final era Rigoberta vs Tanxugueiras. Es que es oler un leve tufillo a movimiento identitario y se ponen como motos.
Resultado bien, como digo, por sorpresivo. Y por fastidiar también, un poco. Pero lo mejor del Benidorm Fest de este año es que parecía una parodia de sí mismo, y las parodias siempre son más divertidas que el original, claro. Así que ahí, en la autoparodia involuntaria, veo yo un acierto y es lo que me ha enganchado y me ha ganado para siempre.
Desde los presentadores, todos ellos disfrazados de presentadores de festival, pero de cuando el Benidorm Fest se llamaba Festival Internacional de la Canción y los que actuaban eran el Dúo Dinámico, Bruno Lomas, Karina y la Década Prodigiosa: Alaska parecía Joaquín Reyes haciendo de Alaska. Maxim Huerta (para mí, Máximo Huerta siempre será Maxim Huerta) con traje demasiado brillante para mi gusto, como de Tirso Gallery, de Noche de Fiesta. E Inés Hernand, que siempre tengo que googlear para recordar su nombre (si Máximo Huerta es para mí Maxim Huerta, Inés Hernand es “la rubia esa que presenta aquello de los chavalitos quejándose de la web de RTVE”), discreta como sólo un transformista de los 80 puede serlo.
El jurado, muy jurado de reality, un pelín Lluvia de Estrellas quizá. Yo es que en todos los jurados, esto es manía mía y me da igual concurso que festival, echo siempre de menos a Anson. Un jurado sin Anson ni me parece jurado ni me parece nada. Yo lo pondría fijo hasta en los populares para crímenes mediáticos. Anotemos esta carencia para el año que viene.
Pero al lío: las actuaciones. Yo tenía todo el tiempo la sensación de que alguien había tenido la genial idea de hacer un festival fake con guión de Juan Carlos Ortega. Entre tipos saltando con actitud pandillera rural y combinando letra comprometida con estribillo mandando a llorar a la llorería, tipos de rojo tocando teclados volantes con reminiscencias chikilicuatres, pandereteiras gallegas con mozos de torso brillante dando saltines, la Bandini intentando epatar y mira no, Chanel y sus papichulos (y su boom boom).
Mención especial merece el responsable de luminotecnia, a caballo entre verbena de pueblo brutalista a un chin de desatar un episodio colectivo de epilepsia fotosensible y niño loquito simulando discoteca con la frecuencia de encendido y apagado de las luces de la cocina. Pero qué ratico más bueno, oye. Ojalá la gala de los Goya fuese también en Benidorm.