¿Se imagina alguien una Cataluña independiente en 2050, con su población dividida (con algunas capas deseando la reintegración en España) y con el Gobierno de la Generalidad decidiendo integrarse en una organización militar montada contra España para instalar bases militares en su territorio?
Esto he preguntado yo en las redes sociales tras la invasión rusa de Ucrania. Pero podríamos llevar la analogía aún más lejos.
¿Qué sucedería, además, si esa Cataluña independiente estuviera integrada por territorios de Huesca, de Castellón e incluso de Valencia con una población de mayoría hispanoparlante? Una población a la que se le restringiera el uso del español, siendo solamente oficial el catalán.
En el libro de 1997 El gran tablero, de Zbigniew Brzezinski, se habla de Ucrania como un pivote geopolítico cuya mera existencia independiente hace que Rusia pierda la posibilidad de ser un Estado imperial poderoso, con acceso al mar Negro y a sus reservas y grandes recursos industriales, mineros y agrícolas.
La revolución naranja de 2004, impulsada por los Estados Unidos, no surtió los efectos esperados para satelizar a Ucrania en la órbita norteamericana y de la Unión Europea (UE).
Como consecuencia de la querella interna entre Víctor Yúshchenko y Yulia Timoshenko, el proceso terminó con la victoria del prorruso Partido de las regiones de Víktor Yanukóvich. Así que hubo que apretar más por parte del “mundo libre” y las “sociedades abiertas” para conseguir apartar a Ucrania de Rusia y, de paso, estrechar más el cerco sobre la propia Rusia.
Es entonces cuando, a partir de noviembre de 2013, se producen las revueltas de la plaza de Maidán, fomentadas y animadas por líderes, dignatarios e intelectuales europeos y norteamericanos que terminan con Yanukóvich adelantando las elecciones presidenciales y huyendo en un coche para salvar la vida.
Entre otras bandas, se dejó que operasen los neonazis Pravy Sektor y las milicias del partido nacionalista Svodoba, que fueron un factor clave para el encrespamiento de una situación que incluyó operaciones de falsa bandera. Todo ello respaldado, más bien incluso fomentado, por la grandilocuente Unión Europea y su primo de Zumosol del otro lado del Atlántico.
Resultado. Un régimen en Kiev que es un “ectoplasma de la estrategia neocon norteamericana”, como dice Adriano Erriguel. Esto es, reconversión económica salvaje, liquidación a precio de saldo de su industria siderometalúrgica, reparto de sus recursos mineros (en favor de Alemania y Francia, principalmente), pérdida del mercado ruso, subida del precio del gas, terciarización de la economía y conversión de Ucrania en un gigantesco mercado para los productos europeos, además de la emigración de la población a los países occidentales.
Es el dominio soft (antes se le llamaba “gobierno indirecto”) diseñado desde Washington. También se le suele llamar “proceso de transición democrática”. Algo de ello sabemos en España.
Ello significa estrechar aún más el cerco sobre Rusia, hasta que esta ya no puede continuar, sobre todo ante la perspectiva de la integración de Ucrania en la UE y en la OTAN, y termina por decir basta a su proceso de descomposición.