Ahora que hasta la sanchez ha entendido que para defender Occidente se necesitan armas, quizá sea necesario empezar a recordar que no sólo se necesitan armas. Que Occidente, la civilización, la libertad, la democracia y demás son de esas raras cosas que necesitan de algo más que de la violencia para sobrevivir. Que, como dijo G. K. Chesterton y vinieron a recordarnos Sandro Rosell y Josep Maria Bartomeu, las mejores cosas pueden perderse en la victoria.
No me meto ahora con eso de congelar cuentas y lo de confiscar yates de oligarcas porque ya entiendo que se supone que estamos en guerra y porque cualquiera que se haya hecho rico en un régimen como el putiniano es cuando menos sospechoso.
Pero tengo que confesar y confieso que me incomoda y me preocupa ver con qué rapidez y facilidad han actuado nuestros Gobiernos para despojar a la gente de unas propiedades que minutos antes eran legal y legítimamente suyas. Hay aquí una de esas posibles pendientes resbaladizas y me temo que, si no lo dejo dicho ahora, me pase como advierte el poema, que cuando vengan a por mis cuatro rublos ya no quede nadie para defenderme.
Y por el mismo motivo habrá que salir, creo yo, en defensa de Daniil Medvédev, a quien por ser ruso se le está exigiendo que se posicione pública y claramente en contra de su Gobierno si quiere jugar en Wimbledon. Hace nada le exigían a Novak Djokovic que se vacunase por miedo a que los australianos perdiesen la fe en su Gobierno, y ahora se le exige al ruso que se declare contrario a Vladímir Putin para no incomodar nuestra buena conciencia democrática.
Y se lo exigen para poder jugar al tenis, digo. No para presidir la OTAN. Y no es que se amenace con sancionar o apartar a los tenistas que declaren públicamente su amor a Putin o sus apetencias belicosas, es que se considera que incluso su silencio es peligroso. Pero ¿cuál es el peligro? Parece mentira que viendo racismo en todas partes no veamos aquí nada turbio.
En los países libres, hay que recordarlo, no se juzga a la gente por su raza ni por su nacionalidad y no se la castiga por crímenes que han cometido sus allegados. No existen en nuestras democracias (no militantes, decíamos antes) los crímenes de conciencia, y donde hay libertad de expresión no existe sólo el derecho a decir lo que te dé la gana, sino a no decir nada por obligación.
Además, si Rusia es la mitad de lo que parece, Medvédev y tantos otros ciudadanos rusos tienen motivos más que suficientes para temer irse de la lengua. Y no creo que el papel de las sociedades libres sea exigirles a ellos ni a sus familiares ninguna heroicidad, sino, en todo caso, recompensarla si finalmente se da.
Para ser libre, una sociedad debe dejar un poco de margen a la virtud. Y lo recuerdo ahora que parece ser que Facebook ha puesto en pausa su siempre democrática lucha contra los discursos del odio para permitirnos insultar y amenazar durante un ratito a Putin y los suyos.
Antes de su pretensión de control, antes de que las redes nos prometieran hacernos virtuosos, podíamos creer inocentemente que el odio siempre está mal, aunque sea legal. Pero, ahora que los buenos nos dan permiso para odiar libremente, tendremos que aceptar que el odio está bien si se hace en el momento adecuado y contra el enemigo correcto, que es el que decidan ellos. Un poco sí que recuerda a los dos minutos de odio de 1984.
Y es también en nombre de esa obligatoriedad moral, porque hay que recordar que de momento ni siquiera estamos oficialmente en guerra, como se justifica el cierre de medios como Russia Today o Sputnik. Hemos visto a demasiados poderosos criticar a medios no afines en términos parecidos a los que se usan contra estos rusos como para hacer ahora la vista gorda ante la posible deriva de ir cerrando medios peligrosos en situaciones excepcionales que, a juzgar por los últimos dos años, cada vez son más frecuentes.
No sé si la propaganda rusa tiene algo útil que decirnos. O si los rusos tienen algún argumento que nos estamos perdiendo y que vamos a necesitar en cuanto llegue la gloriosa hora de repartirnos Ucrania con ellos. Pero sí me parece muy importante no dejar solos a los grupúsculos podemitas en su defensa de Putin. Aunque sólo sea porque, al poner su discurso al lado de la propaganda rusa, se entiende mejor cómo trabajan los mecanismos de su libertad de expresión y pensamiento.
Estaría bien recordar, por lo que pueda ser, que es justo en la guerra (y yo diría que especialmente en guerras como esta, que no hemos declarado, pero por la que no dejamos de aceptar condecoraciones) donde toma sentido el chistoso "todos al suelo, que vienen los nuestros".