Decía Gustavo Adolfo Bécquer que no se tiene corazón por aquello de sentir sus latidos. En ese caso sólo podemos decir que tenemos "una máquina que al compás que se mueve hace ruido". No seré yo quien contradiga al poeta, mas la realidad es que ese pequeño músculo que se contrae rítmicamente nos mantiene vivos, aun cuando una depresión amorosa se apodera de nuestro ser.
Sabemos que los llamados ataques al corazón representan alrededor del 85% de los 18 millones de fallecimientos por enfermedades cardiovasculares en el planeta. Esto ocurre cuando el flujo de sangre oxigenada se obstruye repentinamente en una o más de las arterias coronarias que abastecen al músculo cardíaco. En ese momento, una sección del músculo no puede obtener suficiente oxígeno y, si el flujo de sangre no se restablece rápidamente, las células que componen el corazón mueren. Un proceso que, por ahora, es imposible revertir.
Aparentemente, nacemos con un número determinado de células musculares en el corazón y son exactamente las mismas con las que moriremos. Por ello, encontrar un tratamiento que pueda "convencer" a las células supervivientes de un ataque cardíaco de que proliferen para sustituir a las muertas es un sueño científico de infinitas aplicaciones en la medicina. Supongo que llegados a este punto te preguntarás "¿y todo esto a qué viene en una semana donde nos estamos quitando la mascarilla, aunque la pandemia continúa?".
Vayamos por partes. Con la pandemia de la Covid-19 se ha dado un salto cuántico en la aplicación de la tecnología que involucra el ARN mensajero (mRNA en sus siglas inglesas) para hacer que algunas células del cuerpo produzcan proteínas del SARS-CoV-2 y, de esta forma, nuestras defensas las encuentren y generen anticuerpos contra este virus sin la medicación de una infección.
Vale la pena aclararte que lo de mensajero se podría explicar porque lleva el mensaje necesario para que haga una acción. Estaba meridianamente claro que esto no se quedaría en una única aplicación, es decir, las vacunas. Las mentes científicas, siempre inquietas, van más allá y ahora se prevé una revolución en el campo de la cardiología usando los mismos conceptos y herramientas.
Por estos días, un equipo de científicos en el Reino Unido ha utilizado la misma base tecnológica de las vacunas de mRNA contra el SARS-CoV-2 para incitar el crecimiento de tejido sano cardíaco luego de un episodio de infarto. Según nos cuentan, al inyectar algunos mRNA precisos se puede lograr que el tejido dañado se regenere, evitando una evolución hacia la insuficiencia cardíaca de fatales consecuencias, algo que frecuentemente ocurre luego de un infarto.
Parece magia, pero no lo es. Como siempre te aclaro: es ciencia. Aunque aún es extremadamente preliminar, este estudio va indicando el camino a seguir para tratar dolencias que anualmente arrebatan la vida a millones de personas.
En este sentido, otro equipo, esta vez estadounidense, está atacando el mismo problema usando la misma tecnología, pero desde un ángulo diferente. Ellos ambicionan solucionar una complicación derivada de los ataques de corazón que denominamos fibrosis cardíaca. Este proceso se puede entender como la cicatrización de una lesión en el corazón que afecta la correcta función del órgano. La idea involucra, además, la inmunología.
Te explico. Se diseña un mRNA capaz de transformar algunas células de nuestras defensas en verdaderos agentes terapéuticos que van a eliminar esa fibrosis cardíaca generada después del infarto. Los ensayos en modelos animales apuntan a una reducción significativa de la fibrosis y, por consiguiente, una mejora evidente de las funciones del corazón.
Con anterioridad se había postulado y probado la misma idea, pero sin usar un mRNA. Esto implicaba extraer sangre de los pacientes que han sufrido un infarto, modificar algunas de sus células del sistema de defensa, lo que llamamos sistema inmunológico, y luego incorporarlas al cuerpo del paciente para que sean capaces de reconocer y eliminar la fibrosis del tejido cardíaco.
El avance significativo al usar un mRNA consiste en que no sería necesaria la extracción de la sangre ni la transformación de las células fuera del paciente. En este caso, una inyección con los mRNA adecuados convertiría temporalmente al propio cuerpo en una fábrica de células inmunológicas que reconocerían y atacarían a la fibrosis.
En resumen: un mensajero apunta al corazón, y no es Cupido. Debo decirte que estos datos son muy prometedores, mas sólo se han probado en modelos no humanos. Aún queda mucho campo por andar y ciencia que financiar para convertirlo en una realidad. Porque la ciencia es cara, pero da réditos.