Llega a mis manos, no sé muy bien cómo, un informe sobre mujeres periodistas en el ámbito de la opinión elaborado por no sé tampoco muy bien quién. Parece ser, les cuento, que las mujeres apenas representamos el 20% de las firmas en la sección de opinión de los medios. Como mujer y como opinóloga me llama la atención que la conclusión del estudio sea, cómo no, que la culpita es del heteropatriarcado estructural y el maldito machismo.
Da la casualidad de que al ratico tengo a Marcos Ondarra y Cristian Campos a mi lado, admirados y queridos compañeros, y, copas y risas mediante, saco el tema. Ambos coinciden en señalar que es cierto que hay menos mujeres en opinión, pero discrepamos de la tesis de responsabilizar al machismo de esa infrarrepresentación.
No hay una voluntad de que no estén, por genitalidad exclusivamente, es que son pocas las que quieren estar y, de esas pocas, menos las que valen. Nos comenta Cristian, espero que no le moleste que lo cuente, que no hay tantas mujeres que escriban bien y que quieran escribir en opinión, las dos cosas y a la vez. No se me solivianten. Por las razones que sea.
Certifico por experiencia propia que la mujer a la que yo le encargaría todas las columnas en España me acaba de decir que no le interesa en absoluto escribir opinión. Hace quince minutos escasos, lo juro, mientras se zampaba unas gambas al ajillo que daba gloria verla. No doy nombres porque soy una señorita y porque capaz es María José Solano de chillarme si la delato. Y eso sí que no.
Vicente Ferrer Molina, el hombre que me dijo "Rebe, vente p'acá" y el único al que profeso devoción absoluta e incondicional en este gremio, al que daría un riñón si me lo pidiese y aunque le llame menos de lo que merece y me gustaría, certifica que no hay tantas mujeres que escriban dispuestas a hacerlo en opinión. Él bien lo sabe.
Me lo corrobora Pedro Narváez, subdirector de La Razón y mejor persona. También lo sabe de primera mano.
Hablo con José Peláez, porque yo cuando me da por algo soy tonta con linde, y le interpelo, que yo soy muy de interpelar: "Peláez, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Pe-lá-ez. Dime". Peláez, que a franco no le gana ni el difunto generalísimo, me dice que no hay tantas, es cierto, pero que no es machismo.
Es que, por la razón que sea, somos muy pocas las mujeres que decidimos dedicarnos a esto tan ingrato de la conversación pública. Que bajar al barro, me dice, discutir y significarse, por lo que sea, quizá algo atávico y casi salvaje, va más con el carácter masculino.
Yo estoy de acuerdo con él. Igual que hay más enfermeras y menos estibadoras portuarias. O más maestras de infantil y menos albañiles oficiales de primera. Y nos acordamos de las grandes firmas femeninas, claro, de las Maite Rico, de las Rosa Belmonte, de las Emilia Landaluce, de las Karina Sainz Borgo, las Esperanza Ruiz, las Leyre Iglesias, las Lorena G. Maldonado. Capaces de medirse sin despeinarse las columnas con los Rafa Latorre, los Jorge Bustos, los Cristian Campos, los Alberto Olmos, los Soto Ivars.
Yo no he hecho un estudio, es todo intuición, videncia y experiencia propia, pero es que este oficio, como todos los que tienen que ver con las humanidades, tan golosas y pintureras, son complicados para todos, hombres y mujeres. Porque mola mucho más ser columnista que barrendero o sexador de pollos. No más digno, no se equivoquen.
Y es difícil hoy ganarse la vida escribiendo. No más difícil para mí que para mis compañeros hombres. No me pagan menos por ser mujer, jamás lo han hecho. Si he cobrado menos en un momento dado por columna que otra firma ha sido porque el otro era mejor o porque había negociado mejor que yo, nunca por lo que había entre mis piernas o entre las suyas. Nunca mis jefes me han tratado como una mujercita frágil sino como alguien que escribe y debe cumplir y resolver como cualquiera.
Ser mujer, para mí, ha sido tan difícil en este oficio como ser morena, flaca o ligeramente borde. Así que mi explicación para esta brecha (todo son brechas, vaya tela), desde la subjetividad y el ombliguismo que al final caracteriza precisamente al gremio, es que pasa como en todas las profesiones: hacen falta ganas, talento, esfuerzo, constancia.
Y, aún teniendo todo eso, aún sumándole incluso conocer a la persona justa y estar en el momento exacto, a veces llega la suerte, qué perra, y no está de tu parte. Que la vida era eso, colega.