Amanecían los años noventa y el científico en ciernes que era entonces daba sus primeros pasos dentro de un laboratorio. Con movimientos torpes me abría camino en un mundo ignoto del cual no saldría nunca más, o eso espero.
En aquellos momentos intentaba con esmero una serie de experimentos que me llevarían a culminar mi primera tesis y, en resumen, mi primer trabajo científico. Entonces fue cuando tropecé con el necesario y largo proceso para establecer una verdad científica.
Dos maestros tuve: Hardy y Racmar, nombres pocos comunes para el trópico de donde soy, pero al fin y al cabo nombres propios de dos físicos nucleares que inscribieron con fuego algunas de las reglas que, aún hoy, sigo a pies juntillas. De uno aprendí que varios y diversos deben ser los experimentos que sostengan una verdad; del otro, que la estadística nos ayuda a desenamorarnos de una falsa teoría.
Muchos años después, con cambio de siglo incluido, vuelvo a reflexionar sobre el tema y quiero compartir contigo lo que significa establecer una verdad palmaria con la ciencia de por medio.
¿Es esto tema de actualidad para una columna? Lamento no poder explicar científicamente lo ocurrido en Sanxenxo ni predecir cuál será la composición del próximo gobierno andaluz. Sin embargo, puedo y creo que es necesario explicarte por qué cuando un científico habla sobre un tema de manera rotunda parece estar en posesión de la verdad.
En estos tiempos en los que todos opinamos sobre cualquier tema y todas las sentencias pretenden tener el mismo peso, es conveniente tener en cuenta que algunas “verdades” son personales y otras son producto de la experimentación contrastada y el siempre dinámico método científico.
La semana pasada te decía que cuando desde la ciencia planteamos un problema a resolver, lo primero que hacemos es intentar una formulación lo más precisa posible de la pregunta, pues muchas veces en ella puede estar implícita la respuesta. Más tarde llega el método científico: un libro en constante renovación usado desde siglos en la experimentación que nos permite resolver las incógnitas y a la vez reproducir cada uno de los pasos que hemos seguido hasta encontrar la solución.
En el camino tenemos que tener en cuenta aquella enseñanza que aprendí de Hardy: muchos y diferentes deben ser los ensayos a realizar para demostrar, e incluso refutar, con el menor rango de error posible una verdad. No basta un único experimento para afirmar que una hipótesis deviene teoría que explique un fenómeno. Se necesitan muchos, y diferentes, con la mayor cantidad de aproximaciones y técnicas para dar por válida una sentencia científica.
Por otra parte, es preciso echar mano de la estadística y aquí recuerdo a Racmar. Es decir, usar esa ciencia que nos permite ordenar y analizar el conjunto de datos que conseguimos en nuestros experimentos con el fin de obtener explicaciones y predicciones sobre los fenómenos que estudiamos.
Si con esto ya te parece que el trecho a caminar es largo y sinuoso, debo decirte que aún estamos por la mitad. Sin tener en cuenta que, en la mayoría de las ocasiones, ocurren imprevistos, falla una técnica, la hipótesis no era del todo válida y, si vives en España, la compra de los reactivos necesarios debe pasar por la autorización burocrática de quien sabe tanto de ciencia como yo de astrología. Hago un paréntesis: no sé nada de astrología.
No contentos con lo serpentino que se muestra el camino, hemos de añadir la revisión minuciosa que nos hacemos los científicos entre nosotros de nuestros trabajos. Te explico, cuando desde mi laboratorio salió el índice de clasificación que permitía predecir la evolución de los pacientes con COVID-19 nada más entrar por Urgencias o cuando establecimos el tiempo de duración de la inmunidad celular de las personas vacunadas con diferentes pautas contra el virus SARS-CoV2, esos datos fueron previamente revisados con lupa por nuestros pares.
¿Quiénes son? Científicos del mismo campo que, por lo general de manera anónima, revisan los ensayos y nos plantean cuestiones sobre las que tienen dudas. Hasta que esas preguntas, que suelen ser muchas, no se resuelven satisfactoriamente el trabajo no ve la luz del gran público.
Quizá ahora entiendas la rotundidad con que en ocasiones hablamos y el mal disimulado cabreo que experimentamos cuando, desde la facilidad de una simple conexión a la red, se pone en tela de juicio un trabajo científico usando argumentos aprendidos en dos tuits mientras se desayuna.
La infalibilidad no es una característica humana; me atrevo a decir que no existe, por lo que el error es algo contemplado en la ciencia.
Por ello buscamos en la repetición y la revisión desde muchos puntos de vista la proximidad a la verdad. Los científicos no solemos opinar, por lo general aportamos conclusiones que son frutos de mucha experimentación contrastada e incluso cuando especulamos buscamos sentar nuestras conjeturas en datos y conocimientos previos.