Confieso que planificaba escribir esta columna sobre un tema ligero usando cierto desparpajo lingüístico. Mi propósito se focalizaba en celebrar la llegada de las altas temperaturas, la temporada de playa y los momentos eternos en las terrazas que se reparten por la geografía española con algún tema científico refrescante.
Sin embargo, una actualización rutinaria de los proyectos que tenemos en marcha en nuestro laboratorio me hizo cambiar de parecer, borrar la frescura y el divertimento para centrarme en un tema que nos ocupa y preocupa.
Conversando electrónicamente con uno de mis colaboradores, hablo del virólogo y bioinformático Alejandro Pascual, el ceño se me frunce y las ganas de jarana para esta columna se desvanecen.
Hace algunas semanas comentaba la alarma decretada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre casos de hepatitis infantil de origen desconocido. En aquel momento hablábamos de 228 afectados, de los cuales la mayoría se habían notificado en Europa, especialmente en el Reino Unido.
[La OMS alerta de que cada día se reciben decenas de informes sobre posibles casos de hepatitis infantil de origen desconocido]
En la España de entonces se habían reportado 22 casos, 16 de ellos en menores de 11 años y, aparentemente, sin vínculo epidemiológico entre ellos.
¿Y qué sabemos ahora?
Los afectados suman 650, están repartidos en 33 países y el número va en constante aumento. Europa sigue concentrando el mayor número de pacientes. Cuando escribo esta columna hablamos del 58% de ellos.
Es preocupante que, por el momento, 38 de ellos han requerido trasplante hepático y se han producido nueve muertes. Hablamos de niños, pequeños sin patologías previas, la gran mayoría menores de cinco años (75,4%) y nunca mayores de quince años. En muchos de ellos se ha detectado algún tipo de adenovirus y en algunos se evidenció la presencia activa del SARS-CoV-2.
Un dato más que interesante es que el 80% de aquellos en los que se ha estudiado la presencia de anticuerpos que nos hablan de haber pasado la Covid-19 han dado positivo. Es llamativo el hecho de que el 85% de los niños afectados estaban sin vacunar contra el SARS-CoV-2.
Por otra parte, se sigue confirmando que, salvo un par de casos, los afectados no tienen relación epidemiológica, el adenovirus más frecuente encontrado en los pacientes nunca antes ha sido relacionado con daños en el hígado y todos son negativos para los virus hepatotropos conocidos.
"¿Virus hepatotropos?" probablemente sea la pregunta que te hayas hecho en este momento. El término viene del griego y se denomina así a los virus que tienen gran afinidad por el tejido hepático, produciendo algún tipo de inflamación en el hígado. Es decir, hepatitis.
Clínicamente se ha establecido que estos niños manifiestan problemas gastrointestinales, presentan anemia, se les eleva la bilirrubina, no les da fiebre y, en algunos casos, la anemia que desarrollan es tan acusada que necesitan oxígeno. Nos llama la atención que la mayoría de ellos tienen antecedentes familiares de Covid-19 reciente con sintomatología gastrointestinal parecida.
Debatiendo con Alejandro, y mientras el comité de ética para la investigación nos da el visto bueno para comenzar un estudio en profundidad de esta patología, nos aventuramos a plantear algunas hipótesis.
La presencia de SARS-CoV-2 activo en algunos casos, junto a la constancia serológica de haber sufrido la Covid-19 recientemente o el contacto familiar con positivos, nos lleva a proporcionarle algo de protagonismo a este virus que azota a la humanidad desde finales del 2019.
Sin embargo, no podemos descartar la aparición de una enfermedad autoinmune no descrita que, con el bajo porcentaje de vacunación frente al SARS-CoV-2 de los niños ingresados con esta hepatitis, nada debe de tener que ver con la vacuna, como algunas voces poco atinadas han querido apuntar.
[¿Es recomendable inyectarse dosis de refuerzo contra la Covid-19?]
Otra posible explicación estaría en secuelas a largo y medio plazo de la infección por SARS-CoV-2 que aún no vemos del todo claro.
Como ves, hemos avanzado fundamentalmente en la descripción. Pero no mucho en la identificación del origen, y menos en el establecimiento de una diana farmacéutica para su tratamiento.
Mucha experimentación falta aún, eso que se hace en un laboratorio con la colaboración entre investigadores de numerosas especialidades y el dinero que casi nunca aparece para hacer la magia que llamo ciencia.