Hace unos días, Ibai Llanos y su equipo batieron todos los récords de audiencia de la plataforma Twitch al registrar picos de 3,3 millones de dispositivos conectados simultáneamente. El motivo fue La velada del año 2, una noche de boxeo amateur entre streamers aliñada con actuaciones musicales de pop, rap y freestyle. Agárrense porque vienen más anglicismos.
Yo seguí la retransmisión a posteriori. Reconozco que es la primera vez que una expresión cultural me pilla mayor. El streaming, Twitch, TikTok. Son cosas que a mis 27 años ya no me pertenecen. Son el altavoz de una generación distinta. Como cantaba Bob Dylan, the times they are a-changing.
Y el tiempo nunca para, nunca espera, por mucho que a los que nos ubicamos fuera del momento concreto nos cueste comprender los motivos de su éxito. ¿Estamos ante una banalización de la cultura, o es que toda cultura es banal para quien ya no la entiende? El dios de la música al que hago referencia en estas líneas era considerado por muchos en su tiempo como peligroso o vulgar.
Comprendo perfectamente el posible pasmo de los locutores clásicos ante este éxito, de la gente de la televisión, la radio, los boxeadores profesionales (ellos conocen de verdad el oficio).
Pero el problema es que al público, el proceso y los medios le dan completamente igual. Lo único que le interesa es el resultado. En este caso, el entretenimiento.
Se puede argüir que no hay aspiraciones artísticas detrás de ello. Pero sin duda las hay, o las habrá, porque el arte es una expresión connatural al ser humano y el streaming, tan solo un medio más. Como antes lo fueron la televisión, la fotografía o la pintura.
El tiempo tiene un aroma curioso. Siempre muestra algo de injusto para quien ya no lo siente como suyo, mientras que para los jóvenes es natural, lógico. Como si su tiempo fuera el tiempo de todos, un tiempo de futuro.
Al profesional que crece en las formas anteriores, el cambio le pilla en fuera de juego. Toda una vida dedicada a aprender algo que ahora se hace de manera diferente. Y nadie sabe explicar muy bien por qué. Su enfado y su angustia son lógicos. ¿Cómo no lo van a ser?
Pongámonos también en la piel de quien repentinamente pasa de moda. De quien siente cómo el mundo, sin aviso, gira para otro lado, orillándolo en el proceso. El joven ídolo del mundo digital es sexy. Aquel que vivió las teles en las que se fumaba en el plató, no tanto.
Irónicamente, el combate estrella de la noche lo protagonizaba un tal Mr. Jagger contra David Bustamante, que ya boxeó de lo lindo en el videoclip de Dos hombres y un destino, probablemente su mayor éxito posterior a Operación Triunfo. Bueno.
Creo que Bustamante ha entendido su estatus de meme nacional, de versión moderna de lo que antes se denominaba "artista de variedades". Ahí estaba, a sus cuarenta tacos, pegándose en un ring rodeado de chavales. Me parece genial. Y algún buen gancho soltó.
Todavía pesan sobre Ibai y compañía acusaciones tan burdas como el intrusismo laboral. Qué tontería de concepto. El intrusismo existe en las profesiones regladas. Por muy preparado que me sienta, y mucha gente que me apoye, no puedo extirparle la vesícula a un paciente. Porque ni he estudiado la carrera de Medicina ni he hecho el MIR. Por no saber, no sé ni dónde está la vesícula.
Pero, ¿esto? El arte, el entretenimiento, la cultura. La gracia está en que no hay reglas. Y, si las hay, están para romperlas. Aquí va mi columna sin haber estudiado periodismo.
Como decía antes, yo el mundo del streaming no lo entiendo. No sé qué es lo que entretiene tanto, ni por qué despierta tanta expectación. Pero está claro que hay mucha gente a la que le gusta. Aunque cada vez sean menos, el mundo sigue siendo de los jóvenes. Y ellos mandan.
En cuanto a mí, me aplico lo que cantaba Bob Dylan en uno de los versos de la canción que da título a este texto. Don’t criticize what you can’t understand. No critiques lo que no puedes entender.
Porque, por fortuna o por desgracia, los tiempos siempre están cambiando.