Pablo Iglesias lo ha conseguido. Ha tenido que abandonar el Gobierno y dejar pasar quince meses, pero lo ha conseguido. Pedro Sánchez ya es un aplicado continuador de sus enseñanzas. Difunde la palabra desde la sala de prensa de la Moncloa y no desde el micrófono de un podcast de Jaume Roures. Pero el texto de una obra de teatro es el mismo, así lo represente la Royal Shakespeare Company o el grupo de aficionados de un colegio mayor de Madrid.
Qué semana la pasada para el presidente del Gobierno. Su homenaje al 40 aniversario de Mecano es, quizá, involuntario, pero tremendamente significativo. El jefe del Ejecutivo es un cuadro de bifrontismo que sólo da una faz. Las dos caras son vistas. Su desenvoltura en la cumbre de la OTAN vendría a ser el anuncio de Signal.
Qué revival hemos tenido de la España efervescente. Como un remake en 16/9 de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 o de aquella cumbre iberoamericana de unos pocos meses después que terminó con todos los dignatarios rumbo a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona.
Sánchez se toma unas vacaciones de los socios de coalición para debatir en inglés sobre el futuro del mundo libre con sus máximos representantes. Aroma de estadista, socialdemocracia con corbata, Felipe González con el Advanced.
La otra cara es, en cambio, ceñuda. El primer ministro español cabecea contrariado y nos advierte. Su Gobierno lucha contra tremendos enemigos. Todavía no se atreve a dar el paso de Iglesias y afirmar que es imposible ganarles. Pero queda legislatura.
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Qué lejos resultan los tiempos de los actos casi semanales rodeado de los rostros más identificables del IBEX para hacer los grandes anuncios económicos. Ahora, el enemigo son las grandes corporaciones y sus terminales mediáticas. Auténticos diques de contención ante las ansias gubernamentales de proteger a la clase media y trabajadora.
Contar las veces que lo dijo en la comparecencia del sábado 25 de junio requeriría a uno de esos prodigios humanos que concursaban en el ¿Qué apostamos? Cómo se nota la necesidad de fijar un argumentario. La repetición incesante es una tortura para la minoría ínfima que sigue la intervención completa. Pero obliga a que sea imposible hacer un resumen sin que aparezca la idea-fuerza que se quiere poner encima de la mesa.
Por si la insistencia sabatina no fuera suficiente, Sánchez colocó el titular viniera o no a cuento en todas las entrevistas concedidas a los medios habituales en esta semana de tanto foco.
Las relaciones entre los presidentes del Gobierno y los medios de comunicación son tradicionalmente difíciles. Todos los predecesores de Pedro Sánchez han intervenido más de la cuenta en la esfera de los conglomerados periodísticos privados. Se han escapado reproches en voz alta. Algunos han promovido proyectos editorialmente afines o han maniobrado para perjudicar a los contrarios o incluso han hecho las dos cosas a la vez.
Siendo cierto todo esto, es oportuno en este punto reconocer que José Luis Rodríguez Zapatero mantuvo relaciones fluidas con periodistas no afines, como el director de este periódico, Pedro J. Ramírez, o el radiofonista Carlos Herrera. Además, desde el gobierno de Mariano Rajoy se dieron pasos para impedir la ruina económica de La Sexta o el Grupo PRISA.
Sánchez ha ido más lejos. Con su postura ante los medios de comunicación, abraza el discurso que el populismo de izquierda y derecha lleva más de un lustro agitando. Es obsceno lanzar unas acusaciones de ese calado desde la ambigüedad. ¿Qué empresas, qué intereses y qué terminales mediáticas?
Al no explicarlo, el presidente del Gobierno mete todo en el mismo saco. El efecto buscado es sembrar la desconfianza ante los medios de comunicación que no mantengan una línea editorial genuflexa. Nada que no hayamos visto ya en Donald Trump o el mentado Iglesias. No te fíes de las cabeceras, que tienen intereses oscuros. Hazlo siempre de tu político de cabecera.
Cunde una sospecha escalofriante. La de que estamos a un tris de escuchar el lamento "pero no lo verás en los medios" de boca de los altavoces del Ejecutivo. Tengo un amigo que lo llama "cuñadismo gubernamental". Los grandes prebostes de esta doctrina suelen adjuntar un enlace a una noticia aparecida en algún medio.
Sánchez protesta. Los cenáculos madrileños están llenos de señores con puros que difunden la especie de que quiere dejar la política española al final de la legislatura para marchar hacia los puestos más altos de las administraciones europeas.
Echo de menos la chistera en ese retrato del millonario que refleja que la visión de la realidad de un primer ministro occidental tiene forma de viñeta de Forges. No hombre, no. Todo el mundo sabe que el futuro de Sánchez está en un podcast.