El otro día, corriendo, me dio por subir la cuesta de Jabonería, por donde baja el Nazareno greñúo los jueves santos, y me acordé de Chapu Apaolaza. Él estuvo en Cádiz viviendo unos años (formó parte del equipo fundador del periódico en el que hoy curro), en un palomar de Plaza España a merced de los vientos: como la copla de Antonio Martín.
Digo que me vino a la mente porque me contó que en aquellos toboganes del barrio de Santa María entrenaba los encierros de San Fermín. Y es que esta cuesta gaditana debe tener un perfil muy similar a la de Santo Domingo, en Pamplona, que es donde Apaolaza corre delante de los toros desde aquel día que, con quince años, su padre lo despertó con un "levanta, Chapuli. Vamos a correr el encierro".
Así define él la cuesta en su libro 7 de julio: "Rompe las murallas de Pamplona y sube como una puñalada entre dos muros de piedra. Mide 280 metros de angustia por medio latido de anchura. Descender esa cuesta a las ocho menos veinte es viajar a un sitio inhóspito, extraño y, sin embargo, mágico. Es acercarte al reactor descontrolado de una central nuclear. No hay cuesta abajo en el mundo que se haga más cuesta arriba".
Ya digo que Chapu estuvo en La Tacita y supo comprender su idiosincrasia social y política. Es una de sus grandes virtudes: entender, empatizar y amar las diferencias de España.
El pasado finde, sin ir más lejos, felicitaba a Kichi por ponerle una calle en el barrio de La Viña a La Petróleo y La Salvaora, dos míticas transformistas gaditanas. De hecho, valga la paradoja, él ganó el Pemán por escribir un artículo bellísimo sobre estas dos "mariconas de Cai" que se titulaba La Petróleo me hizo un hombre. Busquen y léanlo.
Mestizo como es, en la Monumental de Pamplona, Apaolaza se ha movido entre sol y sombra como cuenta en su relato sanferminero: "Las dos Pamplonas enfrentadas en la plaza son una parodia y una metáfora de las dos ciudades que viven en la misma, un juego estereotipado. Para la Sombra, el Sol está poseído por el nacionalismo vasco y filoetarra; y el Sol mira a la Sombra como el territorio de la derechona española, conservadora y PTV (pamploneses de toda la vida)".
Y remata con una media verónica: "Son los mismos".
7 de julio llegó a mis manos un 8 de julio de 2017. Me lo leí aquella noche de un tirón. Apenas dormí dos horas, porque a las ocho menos diez estaba frente a la tele viendo el encierro con los nervios a estrenar de un neófito. Probablemente, como le dijo a Chapuli su padre la primera vez: "Hoy es el día que menos miedo vas a tener nunca, porque aún no sabes cómo es".
[Montón en la plaza en el primer encierro de San Fermín: hay cinco trasladados a hospitales]
El miedo ("el más peligroso de todos es el medio a tener miedo") precisamente es una de las claves o leitmotiv del fantástico libro de Chapu. De hecho, hay un capítulo dedicado al mismo: "El miedo tiene un punto débil, aprieta pero acaba por soltar".
Tuve ocasión de llevarle este libro a su autor para que me lo firmara, pero vi más útil llevárselo a mi psicóloga para contarle lo que me pasaba. Señalándole mis subrayados le leía la definición que da Chapu del miedo anticipatorio (en su caso del encierro, en el mío, de la vida):
"El miedo al encierro aparece seis meses antes y ya no se va nunca. No lo escucho venir y de pronto ya lo tengo encima: en la redacción, en el parque, en coche; un fogonazo en la yema de los dedos, una capa de niebla en los ojos, una punzada en el estómago. (…) El miedo se acumula en las venas como un metal pesado y contamina el cerebro con imágenes de pitones que hilvanan femorales, tipos inconscientes y pezuñas que pisan las nucas".
Chapu es un magnífico contador de historias, el tipo que mejor tira las metáforas de España y que recurre al realismo mágico, pero de Mágico González: "Correr en la cuesta es comerle la boca a la bestia, es asomarse a un volcán en erupción a echar una meada. (…) Es como correr el récord mundial de 200 metros lisos femeninos, pero con las pendientes del Tourmalet, un punto de resaca, entre uno y siete días de fiesta en las piernas y sin aire en los pulmones".
Aquí, en 7 de julio, nos cuenta la historia de su vida con la excusa y la pasión de los sanfermines. Es un relato universal de vida, amor y muerte. Un alegato vital de la existencia arañada y corneada (decía el poeta que "tenemos tantos golpes que ya ni de pie cabremos en la muerte"), de las suelas gastadas, y una amenaza de muerte a la propia muerte, un ultimátum a la parca.
Lo que no es, seguro, es una apología de la temeridad. De hecho, sales de la lectura enamorado de esta Fiesta, pero con la certeza de que jamás, ni de coña, te meterás dentro del vallado pamplonica.
Al fin y al cabo, perdonen la metáfora, Chapu y el resto de corredores o de mozos son un grupo de heroinómanos que necesitan el chute, el viaje que te proporciona el caballo (en este caso el toro) para poder seguir viviendo. No en vano, cuenta Apaolaza en el último capítulo, dedicado al mono del encierro, que lo más difícil es dejarlo: "Hace falta más valor para quitarse que para entrar".
Refuerza esta idea las palabras del alpinista y sanferminero Iñaki Ochoa (uno de tantos entrañables personajes que pueblan el bestiario de 7 de julio: mi favorito es el sevillano Peloto), muerto en el Annapurna y que en una entrevista dejó dicho que "sólo sé que estamos vivos y que allá está la vida que buscamos". Se pregunta Chapu si está hablando de la montaña o del encierro.
Paco Apaolaza, padre, el detonante de todo esto, murió el 28 de abril de 1998 a la edad de 48 años. Chapu Apaolaza, hijo, nació un 6 de julio (no podía ser otro día que el del chupinazo) de 1977. Ayer cumplió 45 tacos. Hoy, 7 de julio de 2022, tres añazos desde que se cantara el último Pobre de mí, Chapuli estará en la cuesta de Santo Domingo y una vez pasen los toros y dejen "ese rebufo salvaje y oloroso de polvo y animalidad" podrá volver a afirmar que:
"El corazón del mundo vuelve a funcionar, y sientes ese latido debajo del diafragma, y jadeas, y te abrazas con los amigos, y a veces lloras, y te sientes como Dios o como un superhéroe inmortal y miras al cielo, y das gracias por la vida, y llamas a tu mujer y a tu madre, y quieres abrazar a todo el mundo, y sientes que has nacido de nuevo".