Hemos dejado pasar más de una semana. Ya se ocuparán otros. Dejemos que despiecen el asunto miradas más agudas.
Pero debe ser la desidia de agosto. Porque el asunto ha tenido relieve noticioso pero no vertiente analítica.
Vamos a situarnos en el mediodía del 29 de julio. El presidente del Gobierno comparece desde Moncloa para hacer eso que los periodistas llamamos pomposamente “balance del curso político”. Sánchez no da puntada sin hilo. La frase hecha es, por una vez, oportuna más allá del cliché.
Escuchar sus comparecencias completas es un ejercicio quizá un poco aburrido pero bastante interesante en términos de comunicación política. A pocos líderes se les transparenta más el argumentario. “Ahora”, anotamos mentalmente cuando ya ha soltado la frase que quiere que se convierta en la idea-fuerza de la intervención. Si quedara alguna duda, él mismo se afana en disiparla repitiéndola a continuación una y otra vez. Resulta desesperante para el que está escuchando el discurso entero. Pero el orador no tiene un átomo de su intención puesta ni en la audiencia presente ante él ni en el periodista que le sigue por streaming. Su objetivo es que sea imposible realizar un resumen de la alocución sin que quede claro el mensaje.
“He escuchado a algunos dirigentes, a la señora Botín, al señor Galán. En fin. Si protestan es que vamos en la buena dirección”. Guau. Empezamos a poner nombre y apellido a algunos de los señores (¡y señora!) que fuman puros en los cenáculos. Ese y no otro era el misil que Sánchez quería lanzar esa mañana.
No es ni mucho menos el primer encontronazo que un presidente de gobierno español tiene con algún representante de los bancos y la empresa privada. Aquí se han expropiado holdings aludiendo a la irresponsabilidad de su carismático promotor, el regulador ha tenido que intervenir una entidad bancaria presidida por un icono de la España del pelotazo y ha habido luchas entre los consejos de ministros y los de administración de sociedades editoras de medios de comunicación que merecerían capítulo aparte.
La manera de despachar esta discrepancia sí es inédita. El jefe del ejecutivo poniendo tieso el índice para señalar a dos ciudadanos como sus némesis. ¿Es el presidente de todos los españoles menos de dos?
La estrategia es, decimos, un siguiente paso. Primero se sentaron las bases: cenáculos y puros. Intereses oscuros contra la “clase media y trabajadora”. Torpedos contra los desvelos del Gobierno en pos de aliviar la escalada de precios a sus ciudadanos. Ahora se terminan de derribar las fichas del ¿Quién es quién?: Ana Patricia e Ignacio.
¿A qué nos suena esta personalización? ¿Ese uso de la sede de la jefatura del Gobierno para lanzar una diatriba contra objetivos tan definidos? La canción tiene la letra y la música de Donald Trump. De un aprendiz que todavía no ha terminado de soltarse la melena. No hay, de momento, adjetivación gruesa ni acusaciones concretas. Pero ya se han dicho dos nombres. Gesto serio. Pedro Sánchez contra los poderosos.
El giro resulta representativo del proceder del prócer. Sí, hace muy poco tiempo lo que el primer ministro español buscaba de personajes como Botín o Sánchez Galán era la foto conjunta. Ya saben, uno de esos actos con lema en el atril y posibilidad de introducción musical a cargo de algún pianista cuqui en el que se hacían anuncios ante la plana mayor del IBEX. No estaría de más fiscalizar qué se ha cumplido de todos aquellos encuentros, cuya frecuencia llegó a ser pasto de sketch humorístico. Sin los cambios radicales de discurso, Pedro Sánchez nunca habría cimentado su leyenda. Y a ella se debe.
Quizá el siguiente paso sí nos despierte de la siesta. ¿Cuál puede ser? ¿Insinuaciones? ¿Insultos? ¿Dirigidos esta vez a representantes de los medios de comunicación o la judicatura? No será porque no ha ido allanando el terreno de lo que nos espera.
Al menos, su bronceado es natural.
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