Sin darnos siquiera tiempo a sospechar que fuese obra de un loco o de un master en Comunicación Política empachado de House of Cards, enseguida salió Pablo Echenique a explicarnos que el presunto intento de magnicidio contra Cristina Kirchner era culpa de la crispación y de la división.
La división crispada, que es el nuevo fantasma que recorre Occidente entero ahora que populistas ya somos todos y que al neoliberalismo se lo están comiendo entre los chinos y la inflación.
Fueron la crispación y la división, que se dan ahora en todas las sociedades que gobiernan, y que no se daban antes, cuando eran oposición al sistema, y que suponen una terrible amenaza para la democracia y para la libertad y para el poder del pueblo, que es el suyo.
Porque división es el nombre que los gobiernos dan a la pluralidad que cuestiona su ideología y que amenaza su poder.
Y la división es tan grave, tan extrema y tan global, que incluso el presidente de los Estados Unidos tuvo que preparar un acto para denunciar, con toda la solemnidad que la ocasión requiere, lo peligrosa que para la democracia es la oposición.
Era una escenografía oscura, de rojos y negros, y si no fuese Joe Biden un hombre tan mayor, tan preocupado, y también un poquito senil, que susurra como susurran la nueva izquierda y la vieja vejez, daría toda la impresión de ser parodia u homenaje a cualquier líder fascista, real o ficticio.
Biden dejó claro que los "MAGA republicans" son una terrible amenaza para la libertad, no sólo en América, sino en el mundo entero. Y lo hizo mientras su partido invierte millones de dólares para asegurarse de que los más extremistas de estos trumpistas ganan las primarias republicanas.
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Pero la situación es tan grave y el peligro tan extremo que el mismísimo presidente Pere Aragonès ha anunciado que ni él ni su partido asistirán este año a la manifestación de la Diada. No irán y punto, porque se ve que también el independentismo está dividido, por culpa de la ANC y demás gente que sigue prometiendo y diciendo ahora, ¡en pleno 2022!, lo que él y los suyos decían y prometían hace cuatro días y un par o tres de indultos.
Y porque resulta, también, que ahora Aragonès y los suyos ya no tienen que fingir que el procés es de abajo arriba. Ahora que gobiernan ya no tienen que fingirse simples siervos del pueblo soberan(ista) ni tienen que hacer ver que las manifestaciones multitudinarias imponen mandatos populares o, simplemente, que sirven para algo.
Ahora que mandan ellos y ahora que el tiempo y el cansancio y el cinismo y el Gobierno central y todo lo demás les va a favor, ahora resulta que lo más preocupante es el unilateralismo de sus socios de Gobierno y las entidades que crearon a tal efecto y la extrema derecha nacionalista que crece silenciosa y agazapada en las sombras de su mismísima Generalitat.
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Si no fuesen todos demócratas de intachables credenciales se diría que lo que pretenden es alimentar la división que tanto lamentan para asegurarse de que nunca nadie mínimamente decente se olvide de votarlos a ellos ni se atreva, por la cuenta que nos trae, a cuestionar sus políticas o sus promesas.
Se trata de alimentar a la bestia, porque nadie nunca en estas derivas autoritarias ha pretendido en realidad acabar con la oposición ni todas estas cosas que decíamos cuando les llamábamos populistas. Porque un poder absoluto implicaría una responsabilidad absoluta. Y responsabilidad es justo lo que no se quiere. De lo que se trata, por lo tanto, es de tener una oposición desprestigiada, tan temida como impotente.
Las constantes apelaciones a la unidad, y más en estos momentos de emergencias de lo más variopintas, ahora que winter is coming, son sólo un arma para tener controlada a la oposición y, se diría, se sospecha, se insinúa incluso en algunas ciénagas digitales, que a la población.
You might very well think that, but I couldn’t possibly comment [podrías en efecto pensar eso perfectamente, pero posiblemente yo no podría comentarlo].