Aunque oficialmente no salió a la venta hasta el pasado jueves, me hice el martes con un ejemplar del nuevo libro de Sergio del Molino dos días antes de su publicación. Entrevistaba a una librera que despacha literatura en El Puerto de Santa María y vi como entre respuesta y respuesta sacaba de una caja los ejemplares de Un tal González.
Ella no acostumbra a vender libros hasta su fecha oficial de nacimiento. Pero dada mi insistencia y a que le puse mis mejores ojos de miope, accedió a venderme esa novela aún prematura. Respetando los tiempos, la tuve en la incubadora y hasta el viernes no le hinqué el diente. Cuando esto escribo no he podido pasar de la página 200.
Mas no pretendo hacer una crítica de "la novela basada en hechos reales" de Del Molino. Que, por cierto, cumple holgadamente los requisitos que yo le pido a un libro: que sea aprovechable (me refiero para ayudarme a escribir mejor) y entretenido.
Lo que pretendo es expresar la reacción que me ha provocado dicha lectura parcial. Que no es otra que recordarme a Pedro Sánchez. Y es que yo veo paralelismos entre la llegada al poder de Sánchez y la de Felipe González. Esos fulanos de tales, esos hijos de nadie, si acaso de Sancho y de Gonzalo (como este que escribe, de Lope).
Cuando el autor de La España vacía narra en los primeros compases de la novela los largos desplazamientos de Felipe en su Renault 8 (después de su boda lo cambió por un Citroën Dyane 6) desde Sevilla hasta el País Vasco y el sur de Francia con el objetivo de matar al padre (en este caso a un tal Llopis), es imposible abstraerse de las imágenes de Pedro Sánchez dando la vuelta a España con su Peugeot 407 (otra semejanza: la apuesta por los motores franceses) predicando la buena nueva del sanchismo.
Cuarenta años después, el joven Isidoro (nom de guerre de Felipe) jugaría el papel del viejo Llopis, mientras que el tal Sánchez representaría al joven González que apuñalaba a la vieja guardia socialista, cambiando Suresnes por Dos Hermanas como espacio fundacional.
Del Molino narra con detalle la mudanza literal de Felipe y su esposa Carmen Romero al palacio de la Moncloa desde el 11º piso de la calle Pez Volador, nombre poético, romántico, como de novela de Trapiello. Y si del actual presidente del Gobierno sabemos por testimonio propio que lo primero que hizo fue cambiar el colchón, de González conocemos por el escritor maño que al poco de llegar sembró un pequeño huerto (de Emerson). Ay, los simbolismos de los pequeños gestos.
Llegados a este punto, visto el retrato literario que hace Del Molino de Felipe González (aún me queda por leer la etapa más turbia del felipismo), en el que el sevillano sale bien parado, quizás rescatado, me da por pensar en cómo veremos o verán nuestros hijos a Pedro Sánchez dentro de 30 o 40 años.
En nuestro país todos los presidentes en democracia han acabado mal. El hoy ensalzado Suárez tuvo que echarse a un lado en su día, sufrió una moción de censura del PSOE que, según nos cuenta el novelista, no lo echó, pero lo demolió, y su partido fue derrotado en las elecciones de 1982 de la manera más rotunda hasta la fecha. Luego se montó el CDS y quedó en nada. Suárez. Que hoy parece el Churchill abulense.
González, en su tardofelipismo, fue tachado como mínimo de Belcebú. La corrupción y los GAL hicieron de su epílogo un calvario. Aún resuena el "¡Márchese, señor González!" que le espetaba el pollopera que era José María Aznar entonces.
El propio Aznar no es recordado por el boom del ladrillo y el auge económico del país, sino por la guerra de Irak.
Decir Zapatero es hablar de crisis económica y de sus vanos intentos por taparla. Rajoy es asociado automáticamente a la corrupción que le rodeaba como en el buscaminas. Y de Pedro Sánchez qué decir, si a pesar de todo lo mal que lo han hecho los otros presidentes, él nos parece que lo está haciendo peor, mucho peor que sus antecesores.
Quiero decir con esto que parece que el tiempo va jugando a favor de los presidentes del Gobierno. Suárez ya fue indultado desde que empezó con los primeros signos de alzhéimer. González hoy no es el de Filesa y los GAL, sino la voz sensata del PSOE que encandila hasta a esa derecha que en su día vio en él un híbrido de Pol Pot y Ceausescu.
Del Molino, ya digo, le tiende con Un tal González la mano a Felipe desde posiciones progresistas. Quizás, por orden cronológico, el próximo en recibir un lavado histórico sea José María Aznar.
Con esto llego a las cuestiones que finalmente quiero plantear. ¿Por qué se recordará a Sánchez? ¿Por los indultos? ¿Por la gestión de la pandemia? ¿Por la astucia oportunista? ¿Por la mentira?
Yo no lo sé. No tiene una guerra de Irak, ni unos GAL, ni un Bárcenas, ni una "desaceleración económica".
Hoy criticamos o alabamos sistemáticamente a Sánchez. Es un personaje polarizador que tiene a un lado a los medios afines que bendicen todo lo que haga o diga, esté bien o mal. Y, al otro, a la prensa destructora (en la que me incluyo) que echa por tierra todo lo que haga porque viene "del felón, del mentiroso, del traidor, del socialcomunista, de elquehapactadoconlosetarras".
O sea, concluyo que apenas existe el periodismo objetivo con este presidente y que no poca culpa la tiene él con su manera de actuar. Pero, como se suele decir, ahora los árboles no nos dejan ver el bosque, e igual que yo no puedo hacer crítica honrada de Un tal González porque me queda la mitad por leer y luego reposar la lectura, creo que nadie puede hacer hoy un juicio general y justo del mandato de Sánchez.
Quizás el hijo de Del Molino, por ejemplo, del que dice este (no recuerdo si en el libro o en una entrevista) que a sus nueve años no le pone cara al actual presidente del Gobierno, pueda escribir dentro de 40 años, con la distancia suficiente y con cierta mirada compasiva (como Galdós con Isabel II) un retrato de Pedro Sánchez mucho más ecuánime y ajustado, con sus claroscuros, que el que haría el analista más fino del momento. Podría titularlo, por qué no, Un tal Sánchez.