Dentro del mundillo literario es sabido que, por alguna extraña razón, cuando un escritor ha ganado mucho dinero se vuelve tacaño. Gasta menos en libros, pues los autores y las editoriales se los envían, y gasta menos en viajes ya que lo invitan a todas partes.
Por el mero hecho de haberse dignado a aceptar la invitación de aquel Ayuntamiento de provincias, el escritor estrella asume que le deben pagar los traslados, las comidas y, también, los caprichos: entradas al teatro para ver la obra del momento, una escapadita a algún rincón paradisíaco para descansar de los aburridos conversatorios, una cena especial en un restaurante selecto que queda a una hora de camino y que le recomendaron encarecidamente, y un largo y sibarita etcétera.
Un ejemplo reciente de esto que podríamos llamar el síndrome de Ebenezer Scrooge es el del superventas Stephen King, quien ha reaccionado con ferocidad al anuncio de que Twitter planeaba cobrar una tarifa de 20 dólares mensuales para quienes quisieran tener o mantener una cuenta verificada (el cosito azul ese tan mono). Mr. King ha dicho nones. Que se jodan. Que en todo caso Twitter le debería pagar a él. Que si eso sigue en pie, se va de la red social.
Cuesta entender cómo el autor de Misery, cuyo patrimonio actual según el portal Celebrity Net Worth asciende a más de 500 millones de dólares, pueda protestar por semejante miseria.
La respuesta de Elon Musk, hombre adulto y empresario, fue una maravilla. Básicamente, le explicó que de algún modo se tenían que pagar las cuentas e hizo una contraoferta: “¿Y qué tal si lo dejamos en 8 $?”. Los fans de King dirán que consiguió un descuentazo. Los de Musk, que ese era el precio real que había pensando el magnate y logró hacerlo pasar como un ofertón de los supermercados Día. Quién sabe.
Lo cierto es que al momento de yo escribir esta gacetilla, el señor King aún no se ha marchado de Twitter. Al contrario, se le nota más activo que de costumbre. Ha puesto un tuit celebrando la sentencia de la jueza Florence Pan que bloqueó la fusión entre los grupos editoriales Penguin Random House y Simon & Schuster: “La fusión propuesta nunca se trató de lectores y escritores; se trataba de preservar (y aumentar) la participación de mercado de PRH. En otras palabras: $$$”.
Tanto en este asunto como en el anterior, King adujo razones filantrópicas. Ese es otro rasgo de quienes padecen el síndrome de Scrooge: para los millonarios como ellos, cuando pelean por dinero, nunca se trata en verdad del dinero. La prueba sería su participación como testigo estrella del Gobierno de los Estados Unidos en el juicio para impedir la fusión entre los dos grandes grupos, uno de los cuales es el sello editorial que publica sus propios libros. El alegato de King apuntaba a que este monopolio agravaría las ya de por sí difíciles condiciones que enfrentan los autores más jóvenes.
Muy encomiable. Conmovedor, incluso.
No obstante, la realidad es que el Departamento de Justicia enfocó su demanda en el hecho de que la fusión afectaría el margen de ganancia por concepto de anticipos de los escritores que más venden. Y fue en beneficio del señor King y de unos cuantos escritores de bestsellers que la jueza Florence Pan emitió su veredicto. No de los que no podemos costearnos una cuenta verificada en Twitter. Ni siquiera aprovechando la ganga del señor Musk, de solo 8 dólares al mes.