Ha sucedido todo al mismo tiempo, el mismo día: ha sido saberse que los candidatos de Trump no han pitado como se les suponía en las elecciones de medio mandato y a renglón seguido un ujier de Putin (a él estas cosas se le hacen bola) anuncia la retirada de Jersón y se hunde el mercado de criptomonedas.
La casualidad no deja de resultar llamativa, aunque nadie pueda sostener que el voto de los estadounidenses es la causa eficiente de dos reveses que ya venían anunciándose desde hace tiempo. Así lo determinaban la debilidad y la incompetencia de las tropas rusas, expuestas a la superior táctica ucraniana en ese saliente de Jersón, y la ficción insostenible de ese juego para aprendices de brujo en que se han convertido las mal llamadas criptodivisas.
Con todo, detrás de una divisa de las de verdad, por frágil que sea, siempre hay algo. Tras el bitcóin, el Ethereum o cualquiera de sus remedos sólo hay taumaturgia digital.
Y sin embargo, y siendo esto así, no deja de tener su aquel especular sobre las conexiones que existen entre la derrota del candidato del caos (con potencial resultado de aniquilación electoral para el concernido) y el retroceso de esas otras dos fuerzas oscuras de nuestro tiempo. Quizá las urnas yanquis han obrado como detonante de la traca ya cebada y preparada. Tal vez quienes finalmente han sufrido su explosión confiaban, como último recurso para salvarse, en la implosión de Estados Unidos que el fracaso de Trump, como poco, obra el efecto de aplazar.
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Un Biden más fuerte de lo previsto asegura que a Ucrania no va a faltarle el respaldo suficiente para continuar poniendo en ridículo al ex segundo ejército más poderoso del mundo. En esas condiciones, dejar a merced de los zarpazos de los capaces y motivados cazadores ucranianos a los miles de soldados rusos atrapados en Jersón, muchos de ellos reclutas sin instrucción ni experiencia, habría equivalido a aumentar de modo insufrible el genocidio que Putin viene infligiendo a sus propios soldados.
No falta quien dice que un combate urbano bien planteado, con las ventajas que ese escenario ofrece al que defiende, habría sido una trampa mortífera para las fuerzas armadas ucranianas. Pero siendo esa una parte de la teoría, la otra presupone que los defensores mantienen alta la moral de resistencia. Y la moral de los rusos, a estas alturas, está por debajo de la capa freática.
Lo del desplome del bitcóin es un poco más alambicado. Una buena pista para rastrear las causas es el perfil de Twitter de Kim Dotcom, ese ejemplar empresario que se forró mangando propiedad intelectual a través de Megaupload y que vive feliz y lejos del FBI en Nueva Zelanda, pero no deja de sentar cátedra sobre ingeniería social, geopolítica mundial y otras hierbas.
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En la noche de los resultados electorales borró algún tuit, pero antes y después no se privó de afirmar que lo que está en juego es el definitivo e inevitable hundimiento del crédito de la Reserva Federal, por la gigantesca deuda estadounidense, y el desplazamiento del dólar como divisa hegemónica, en beneficio de alternativas ajenas al viejo poder de las barras y estrellas.
Lo que se lee entre estas líneas y más allá de sus discursos falsamente emancipadores (a fin de cuentas, no debe olvidarse que vienen de un oportunista) es algo que puede tener mucho que ver con los sueños húmedos de esos aspirantes a nuevos amos del mundo que son los iluminados tecnológicos: una divisa digital en la que su creciente poder sobre nosotros se traduzca en esa capacidad de endeudamiento ilimitado de que hoy goza la superpotencia. Para gastar el dinero de todos en sus cosas.
La idea es ambiciosa y aparente. Pero el anciano Biden, con sus despistes y todo, ha parado el golpe. El viejo mundo resiste. Por ahora, los narcos siguen juntando más dólares que bitcoines.