Dicen que ya estamos a puntito de los 8.000 millones de humanos. Y dicen que la población del África subsahariana se va a duplicar un abrir y cerrar de ojos, y que algo habrá que hacer.
Y las almas bellas, muy preocupadas, supongo, por cómo se va a poner el tráfico en Lagos, ya se han puesto manos a la obra redistribuyendo inmigrantes por todos los rincones del Occidente civilizado. Es la solución, anuncian. Para ellos, los subsaharianos, y para nosotros y nuestros problemas, que es nuestra bajísima natalidad (ahora sí). Alguien tendrá que pagar las pensiones a las mujeres liberadas, claro.
Pero la inmigración no es solución ni problema. Es una tragedia.
Es una tragedia porque en la inmigración, y particularmente en la inmigración masiva (que se anuncia ahora como se anunciaba antes el fin de los tiempos; redención para unos, eterna condena para los otros), están en lucha dos bienes incompatibles e inseparables.
Por un lado, la supervivencia misma de la civilización occidental, a la que los progres, si lo prefieren, pueden llamar derechos de las mujeres y estado del bienestar.
Por el otro, la vida y el bienestar, la libertad y la prosperidad, de millones de emigrantes presentes y futuros.
Y la tragedia, además, es que uno no puede simplemente elegir un bando y quedarse tan ancho. No puede optar sin más por defender nuestras sociedades, porque el futuro de la civilización occidental dependerá cada vez más de la libertad y la prosperidad de sus afueras.
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Y no sólo por eso de que tengan que venir a pagarnos las pensiones, por cierto. Sino porque uno no puede, como pretende a ratos la derechona valiente, ser un caballero de la fe cristiana y batirse en defensa de los valores de Occidente si lo único que puede ofrecer al subsahariano errante es la crueldad del mar, la valla, la mafia y la policía "marroquí".
Y tampoco puede, como pretendería el progresismo cándido, salvar el Estado del bienestar y los derechos de las mujeres y LGTBI, y todo lo que de bueno tengan o vayan a tener nuestras sociedades, sin preocuparse del efecto que esos millones de jóvenes solteros llegados de países menos progresistas, con culturas incluso más heteropatriarcales que la nuestra, vayan a tener en nuestras sociedades y sus valores progresistas.
No podemos ser buenos progres y preocuparnos de verdad por el futuro de los inmigrantes si no nos preocupamos, de verdad, en serio, de cómo seguir siendo efectivamente una sociedad mejor a la que merezca la pena emigrar.
De ahí también la inmoralidad de la politología socialdemócrata cuando afirma que necesitamos a los inmigrantes para que nos paguen las pensiones y el Estado del bienestar. Lo mínimo sería no tratar a los inmigrantes como simple fuerza de trabajo y lo decente, imagino, sería aceptar que si vienen también ellos tendrán que poder elegir qué hacer con sus impuestos y con su Gobierno.
A ver si al final va a resultar que estos jóvenes tan dispuestos a trabajar y a fundar las start-ups del futuro nos salen todos tan liberales como su colega Elon Musk y nos quedamos sin pensiones, sanidad, leyes feministas o ninguna de estas maravillas tan nuestras.
Es además de una peligrosa ingenuidad creer que en una sociedad como la nuestra, con un paro juvenil con el nuestro, y con el miedo creciente a la tecnificación del mercado laboral, se asuma que venir aquí con ganas de trabajar es suficiente para poder prosperar y para salvarnos el sistema.
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Una peligrosa ingenuidad, digo, como lo es siempre la ingeniería social. Especialmente cuando se concibe a escala planetaria, sin dejar siquiera la posibilidad de mantener el mínimo grupo de control que cualquier experimento (incluso en ciencias sociales) exige para ser presentable.
Es posible, por mucho que se nieguen a contemplarlo, que la inmigración masiva por si sola no solucione ni los problemas de Occidente, ni los de los inmigrantes y sus sociedades.
Es posible, de hecho, que acoger a los jóvenes subsaharianos con más ganas de trabajar y ponerlos a pagarnos las pensiones tras la barra de algún chiringuito de playa sea malo para ellos, para sus sociedades, que pierden a sus mejores activos, y para nosotros.
Es muy posible, en fin, que todo esto sea una tragedia.