Las demoliciones, cuando se hacen a ratos, se convierten en rutina. Y un día ya no tienes casa, ni un techo bajo el que cobijarte, y no sabes cómo has llegado hasta ahí.
O bien has creído vivir en una democracia, en un país amparado por otras democracias (¡por Dios, estamos en Europa!), y no has dado pábulo a quienes te decían que tu edificio (el constitucional) se estaba viniendo abajo. Y en ese momento la destrucción coge carrerilla y nada parece poder detenerla.
Y la cuestión empeora cuando tomas conciencia de que el caldo de cultivo creado (odio, revanchismo, demagogia, ignorancia, impunidad y mentira) es tal, que intentar parar esa voladura incontrolada va a ser considerado ilegítimo o radical.
Se nos amontona la plancha. Hoy nos escandalizamos por la modificación del delito de sedición y mañana ya se habla de derogación del mismo.
Cuando aún no nos hemos sobrepuesto, se añade el de malversación.
Y cuando creemos que en el PSOE están locos, que por ayudar a los delincuentes del procés y a Griñán, además de abrir las puertas de la cárcel a todos los condenados por malversación, también lo harán a todos los que quieran malversar en el futuro, resulta que nos dicen que no. Que sólo a los catalanes. Que sólo a los del procés.
O que depende de la intención, del sentimiento con el que el chorizo meta la mano en nuestro bolsillo, y de si se lo gasta en coca o en corbatas de Loewe, o si lo utiliza para dopar su partido en las elecciones.
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En esa política de "sujétame el cubata" nos preguntamos qué se les ocurrirá mañana, pero sólo por falta de perspectiva. Porque la respuesta la tenemos ante nuestras propias narices. Nada es improvisado, sino todo lo contrario.
Desengañémonos, nadie obliga a Pedro Sánchez a hacer lo que está haciendo.
Y aunque en esa destrucción del edificio constitucional no todo es Euskadi y Cataluña, si queremos completar el cuadro y ahorrarnos el sobresalto diario, vayamos a las hojas de ruta del separatismo vasco y catalán. Ahí está todo escrito.
Por lo demás, cualquier obstáculo que se interponga en ese camino, Sánchez lo retirará. E insisto, sin que nadie le obligue.
Con todos los pasos que Sánchez viene dando desde que llegó al poder, ¿qué está en juego? No sólo la integridad territorial. También, y sobre todo, la igualdad de los ciudadanos y la libertad bajo la ley. La democracia.
Cuando el ciudadano debe obedecer una regla general, igual para todos y anónima (en el sentido de que no se ha hecho para beneficiar a nadie en concreto), y no al mandato personal y discrecional de un dictador o de una élite.
Cuando la regla es pública, conocida de antemano, estable y segura, el ciudadano sabe siempre cómo actuar para no verse coaccionado por nadie de manera arbitraria.
Con las reglas claras, entrar en litigio con el Estado o con otros ciudadanos sólo depende de él.
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Y porque conoce esas reglas, y nadie se las cambia por capricho, puede anticipar lo que es lícito y lo que no lo es. Y actuar en consecuencia porque es un hombre libre.
España, noviembre de 2022. ¿Podemos decir que lo somos? ¿Libres? ¿Nos sentimos identificados con la situación descrita?
Yo creo que no. No cuando las reglas cambian según el capricho de un autócrata como el que tenemos en la Moncloa.
El Código Penal modificado al antojo del que manda, para favorecer sus intereses y, si puede, perjudicar los del resto.
Leyes promulgadas por la vía de urgencia para saltarse los trámites ordinarios, sin debate ni recomendación alguna, o retorcidas hasta la inconstitucionalidad más flagrante.
Los jueces (quienes deben aplicar esas leyes) denostados hasta el insulto y deslegitimados cuando sus sentencias no gustan.
No quisiera tener razón, pero si esto no es un golpe de Estado desde el poder, se le está pareciendo bastante.